Discurso - Visita a la Basílica de San Pablo de Harissa y firma de la Exhortación
Apostólica Postsinodal (14 de septiembre de 2012)
"Es providencial que este acto tenga lugar precisamente en el día de la
Fiesta de la Cruz gloriosa, cuya celebración nació en Oriente en el año 335, al
día siguiente de la Dedicación de la Basílica de la Resurrección, construida
sobre el Gólgota y el sepulcro de Nuestro Señor, por el emperador Constantino el
Grande, al que veneráis como santo. Dentro de un mes se celebrará el 1.700
aniversario de la aparición que le hizo ver, en la noche simbólica de su
incredulidad, el crismón resplandeciente, al mismo tiempo que una voz le decía:
«Con este signo vencerás»".
Señor Presidente de la República,
Beatitud, venerados patriarcas,
queridos hermanos en el episcopado
y miembros del Consejo especial del Sínodo de Obispos para Oriente Medio,
ilustres representantes de las confesiones religiosas, del mundo de la cultura
y de la sociedad civil,
queridos hermanos y hermanas en Cristo,
queridos amigos
Deseo expresar mi gratitud al Patriarca Gregorios Laham por sus palabras
de bienvenida, así como al Secretario general del
Sínodo de Obispos, Monseñor
Nikola Eterović, por sus palabras de presentación. Dirijo un ferviente saludo a
los patriarcas, al grupo de obispos orientales y latinos que se han reunido en
esta hermosa basílica de San Pablo, y a los miembros del Consejo especial del
Sínodo de los Obispos para Oriente Medio. Me alegro también de la presencia de
las delegaciones ortodoxas, musulmanas y drusas, así como del mundo de la
cultura y la sociedad civil. La buena convivencia del Islam y el Cristianismo,
dos religiones que han contribuido a crear grandes culturas, constituyen la
originalidad de la vida social, política y religiosa del Líbano. Solo es posible
alegrarse por esta realidad que es necesario animar. Confío este deseo a los
responsables religiosos de vuestro País. Saludo con afecto a la querida comunidad greco-melkita
que me acoge. Vuestra presencia contribuye a dar solemnidad a la firma de la
Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, y muestra
que este documento, destinado ciertamente a la Iglesia universal, reviste una
importancia particular para el conjunto de Oriente Medio.
Es providencial que este acto tenga lugar precisamente en el día de la
Fiesta de la Cruz gloriosa, cuya celebración nació en Oriente en el año 335, al
día siguiente de la Dedicación de la Basílica de la Resurrección, construida
sobre el Gólgota y el sepulcro de Nuestro Señor, por el emperador Constantino el
Grande, al que veneráis como santo. Dentro de un mes se celebrará el 1.700
aniversario de la aparición que le hizo ver, en la noche simbólica de su
incredulidad, el crismón resplandeciente, al mismo tiempo que una voz le decía:
«Con este signo vencerás». Más tarde, Constantino firmó el edicto de Milán y dio
su nombre a Constantinopla. Pienso que la Exhortación puede ser leída e
interpretada a la luz de la fiesta de la Cruz gloriosa y, de modo particular, a
partir del crismón, la X (khi) y la P (rhô), las dos primeras letras de la
palabra Χριστός. Esa lectura conduce a un verdadero redescubrimiento de la
identidad del bautizado y de la Iglesia y, al mismo tiempo, constituye como una
llamada al testimonio en la comunión y a través de ella. La comunión y el
testimonio cristiano, ¿acaso no se fundan en el Misterio pascual, en la
crucifixión, en la muerte y resurrección de Cristo? ¿No alcanzan en él su pleno
cumplimiento? Hay un vínculo inseparable entre la cruz y la resurrección, que un
cristiano no puede olvidar. Sin este vínculo, exaltar la cruz significaría
justificar el sufrimiento y la muerte, no viendo en ello más que un fin
inevitable. Para un cristiano, exaltar la cruz quiere decir entrar en comunión
con la totalidad del amor incondicional de Dios por el hombre. Es hacer un acto
de fe. Exaltar la cruz, en la perspectiva de la resurrección, es desear vivir y
manifestar la totalidad de este amor. Es hacer un acto de amor. Exaltar la cruz
lleva a comprometerse a ser heraldos de la comunión fraterna y eclesial, fuente
del verdadero testimonio cristiano. Es hacer un acto de esperanza.
Refiriéndose a la situación actual de las Iglesias en Oriente Medio, los
Padres sinodales han reflexionado sobre los gozos y las penas, los temores y las
esperanzas en esos lugares de los discípulos de Cristo vivo. Toda la Iglesia ha
podido escuchar así el grito lleno de angustia, y percibir la mirada de
desesperación de tantos hombres y mujeres que se encuentran en situaciones
humanas y materiales difíciles, que viven fuertes tensiones con miedo e
inquietud, y que quieren seguir a Cristo, que da sentido a su existencia, a
pesar de que muy a menudo se ven impedidos de hacerlo. Por eso, he querido que
la trama de este documento sea la primera carta de san Pedro. Al mismo tiempo,
la Iglesia ha podido admirar lo que hay de hermoso y de noble en las Iglesias de
estas tierras. Queridos cristianos de Oriente Medio, ¿cómo no dar gracias a Dios
en todo momento por todos vosotros? (cf. 1 Ts 1,2; primera parte de la
Exhortación postsinodal). ¿Cómo no alabar vuestra fe llena de ánimo? ¿Cómo
dejar de agradecer la llama de su amor infinito que vosotros seguís manteniendo
viva y ardiente en estos lugares, que han sido los primeros en acoger a su Hijo
encarnado? ¿Cómo no expresarle nuestro reconocimiento por los impulsos de
comunión eclesial y fraternal, por la solidaridad humana manifestada sin cesar
hacia todos los hijos de Dios?
Ecclesia in Medio Oriente nos permite repensar el presente para
considerar el futuro con la misma mirada de Cristo. Por sus orientaciones
bíblicas y pastorales, por su invitación a una profundización espiritual y
eclesiológica, por la renovación litúrgica y catequética que propugna, por su
llamamiento al diálogo, quiere trazar un camino para encontrar lo esencial: la
sequela Christi, en un contexto difícil y a veces doloroso, un contexto
que podría hacer aflorar la tentación de ignorar u olvidar la cruz gloriosa.
Ahora es precisamente cuando hay que celebrar la victoria del amor sobre el
odio, del perdón sobre la venganza, del servicio sobre el dominio, de la
humildad sobre el orgullo, de la unidad sobre la división. A la luz de la fiesta
de hoy, y con vistas a una aplicación fructífera de la Exhortación, os invito a
todos a no tener miedo, a permanecer en la verdad y a cultivar la pureza de la
fe. Ese es el lenguaje de la cruz gloriosa. Esa es la locura de la cruz: la de
saber convertir nuestro sufrimiento en grito de amor a Dios y de misericordia
para con el prójimo; la de saber transformar también unos seres que se ven
combatidos y heridos en su fe y su identidad, en vasos de arcilla dispuestos
para ser colmados por la abundancia de los dones divinos, más preciosos que el
oro (cf. 2 Co 4,7-18). No se trata de un lenguaje puramente alegórico,
sino de un llamamiento urgente a llevar a cabo actos concretos que configuren
cada vez más con Cristo, unos actos que ayuden a las diferentes Iglesias a
reflejar la belleza de la primera comunidad de creyentes (cf. Hch
2,41-47; segunda parte de la Exhortación); unos actos similares a los del
emperador Constantino, que supo dar testimonio y sacar a los cristianos de la
discriminación para permitirles vivir abierta y libremente su fe en Cristo
crucificado, muerto y resucitado para nuestra salvación.
Ecclesia in Medio Oriente ofrece elementos que pueden ayudar a un
examen de conciencia personal y comunitario, a una evaluación objetiva del
compromiso y del deseo de santidad de todo discípulo de Cristo. La Exhortación
abre a un verdadero diálogo interreligioso basado en la fe en Dios Uno y
Creador. Quiere también contribuir a un ecumenismo lleno de fervor humano,
espiritual y caritativo, en la verdad y el amor evangélico, que extrae su fuerza
del mandato del Resucitado: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,19-20).
La Exhortación, en todas y cada una de sus partes, quiere ayudar a cada
discípulo del Señor a vivir plenamente y a transmitir realmente lo que él ha
llegado a ser por el bautismo: un hijo de la luz, un ser iluminado por Dios, una
nueva lámpara en la oscuridad inquietante del mundo, para que en las tinieblas
resplandezca la luz (cf. Jn 1,4-5 y 2 Co 4,1-6). Este documento
quiere contribuir a despojar a la fe de lo que la desfigura, de todo lo que
puede oscurecer el esplendor de la luz de Cristo. La comunión es entonces una
verdadera adhesión a Cristo, y el testimonio es un resplandor del Misterio
pascual, que da pleno sentido a la cruz gloriosa. Nosotros seguimos y
«predicamos a Cristo crucificado […] fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1
Co 1, 23-24; cf. Tercera parte de la Exhortación).
«No temas, pequeño rebaño» (Lc 12,32) y acuérdate de la promesa
hecha a Constantino: «Con este signo vencerás». Iglesias de Oriente Medio, no
tengáis miedo, pues el Señor está verdaderamente con vosotras hasta el fin del
mundo. No tengáis miedo, pues la Iglesia universal os acompaña con su cercanía
humana y espiritual. Con estos sentimientos de esperanza y de aliento a ser
protagonistas activos de la fe por la comunión y el testimonio, mañana entregaré
la Exhortación postsinodal Ecclesia in Medio Oriente a mis venerados
hermanos patriarcas, arzobispos y obispos, a todos los sacerdotes, diáconos,
religiosos y religiosas, a los seminaristas y a los fieles laicos. «Tened valor»
(Jn 16,33). Por intercesión de la Virgen María, la Theotókos,
invoco con afecto sobre todos vosotros la abundancia de los dones divinos. Que
Dios conceda a todos los pueblos de Oriente Medio vivir en paz, fraternidad y
libertad religiosa. لِيُبَارِك الربُّ جميعَكُم [Que
Dios os bendiga].
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