"Tengo el gozo, Señor Presidente, de responder a su amable invitación a
visitar su país, así como a la de los patriarcas y obispos católicos del Líbano.
Esta doble invitación manifiesta, si acaso fuera necesario, la doble finalidad
de mi visita a vuestro país. Subraya las excelentes relaciones existentes desde
siempre entre el Líbano y la Santa Sede, y quisiera contribuir a reforzarlas.
Esta visita es también la respuesta a la que me habéis hecho en el Vaticano, en
noviembre del 2008, y más recientemente en febrero del 2011, una visita a la que
ha seguido nueve meses más tarde la del Señor Primer Ministro".
Señor Presidente de la República,
señores Presidentes del Parlamento y del Consejo de Ministros,
queridas Beatitudes, miembros del Cuerpo diplomático,
autoridades civiles y religiosas,
queridos amigos
Tengo el gozo, Señor Presidente, de responder a su amable invitación a
visitar su país, así como a la de los patriarcas y obispos católicos del Líbano.
Esta doble invitación manifiesta, si acaso fuera necesario, la doble finalidad
de mi visita a vuestro país. Subraya las excelentes relaciones existentes desde
siempre entre el Líbano y la Santa Sede, y quisiera contribuir a reforzarlas.
Esta visita es también la respuesta a la que me habéis hecho en el Vaticano, en
noviembre del 2008, y más recientemente en febrero del 2011, una visita a la que
ha seguido nueve meses más tarde la del Señor Primer Ministro.
Fue entonces, durante nuestro segundo encuentro, cuando se bendijo la
majestuosa imagen de san Marón. Su presencia silenciosa en la cabecera de la
Basílica de San Pedro recuerda de manera permanente al Líbano, en el mismo lugar
en el que fue sepultado el apóstol Pedro. Manifiesta una herencia espiritual de
siglos, que confirma la veneración de los libaneses hacia el primero de los
apóstoles y sus sucesores. Los patriarcas maronitas, para remarcar su gran
devoción a Simón Pedro, añaden a su nombre el de Boutros. Resulta agradable ver
que san Marón, desde el santuario petrino, intercede continuamente por vuestro
país y por todo el Oriente Medio. Señor Presidente, le agradezco desde ahora
todos los esfuerzos realizados para el buen éxito de mi estancia entre ustedes.
Otro motivo de mi visita es la firma y entrega de la Exhortación
apostólica postsinodal de la
Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de
Obispos, Ecclesia in Medio Oriente. Se trata de un importante
acontecimiento eclesial. Agradezco a todos los patriarcas católicos que se han
desplazado, y de modo especial al Patriarca emérito, el querido Cardenal
Nasrallah Boutros Sfeir, y a su sucesor, el Patriarca Bechara Boutros Raî.
Saludo fraternalmente a todos los obispos del Líbano, así como a los que han
viajado hasta aquí para rezar conmigo y recibir este documento de las manos del
Papa. Por vuestro medio, saludo paternalmente a todos los cristianos de Oriente
Medio. La Exhortación, destinada al mundo entero, pretende ser para ellos una
hoja de ruta para los próximos años. Me alegro asimismo de poder encontrar
durante estos días a numerosas representaciones de las comunidades católicas de
vuestro país, de poder celebrar y rezar juntos. Su presencia, su compromiso y su
testimonio son una aportación reconocida y altamente apreciada en la vida
cotidiana de todos los habitantes de vuestro querido país.
Me complace saludar también con gran deferencia a los patriarcas y
obispos ortodoxos que han venido a recibirme, así como a los representantes de
las diversas comunidades religiosas del Líbano. Queridos amigos, vuestra
presencia, demuestra la estima y la colaboración que deseáis promover entre
todos en el respeto mutuo. Os agradezco vuestros esfuerzos, y estoy seguro de
que continuaréis buscando caminos de unidad y concordia. No olvido los tristes y
dolorosos acontecimientos que han afligido a vuestro hermoso país durante muchos
años. La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar, a todo Oriente
Medio y al resto del mundo, que dentro de una nación puede haber colaboración
entre las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia católica, en
un espíritu fraternal de comunión con los demás cristianos y, al mismo tiempo,
la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus hermanos de
otras religiones. Sabéis tan bien como yo que este equilibrio, que se presenta
por todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A veces amenaza
con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son con
demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas
a la armonía y dulzura libanesa. Es necesario entonces dar prueba de verdadera
moderación y gran sabiduría. Y la razón debe prevalecer sobre la pasión
unilateral para favorecer el bien común de todos. El gran rey Salomón, que
conoció a Hirán, rey de Tiro, ¿acaso no tenía a la sabiduría como la virtud
suprema? Por eso se la pidió a Dios insistentemente, y Dios le dio un corazón
sabio e inteligente (1 R 3,9-12).
Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en
la vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que
desea testimoniar vuestro país, será profunda en la medida en que esté fundada
en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro, en la medida que esté
enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso
equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar
gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses. Sólo entonces
podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del mundo
entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que
hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con
determinación.
Los lazos entre el Líbano y el Sucesor de Pedro son históricos y
profundos. Señor Presidente y queridos amigos, vengo al Líbano como un peregrino
de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de los hombres. «سَلامي أُعطيكُم »: «La paz os dejo», dijo Cristo (Jn
14,27). Y, más allá de
vuestro país, vengo también hoy simbólicamente a todos los países de
Oriente
Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo
de todos
los habitantes de todos los países de la región, cualquiera que sea su
pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «سَلامي
أُعطيكُم». Vuestros gozos y penas están continuamente presentes en la
oración
del Papa y pido a Dios que os acompañe y alivie. Os puedo asegurar que
rezo
particularmente por todos los que sufren en esta región, que son muchos.
La
imagen de san Marón me recuerda lo que vivís y soportáis.
Señor Presidente, sé que vuestro país me prepara una hermosa acogida,
una acogida calurosa, la que se reserva a un hermano al que se ama y se respeta.
Sé que vuestro país quiere ser digno de «l’Ahlan wa Sahlan» libanés. Lo es ya, y
lo será más de ahora en adelante. Me siento feliz de estar con todos vosotros.
Que Dios os bendiga a todos. (ِيُبَارِك الربُّ
جميعَكُم). Gracias.
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