Discurso - A la plenaria del Consejo Pontificio para la Promoción por la Unidad de los Cristianos
Tema: El ecumenismo en la nueva evangelización
Un auténtico camino ecuménico no puede perseguirse ignorando la crisis de fe
que están atravesando vastas regiones del planeta, entre ellas las que primero
acogieron el anuncio del Evangelio y donde la vida cristiana ha sido floreciente
durante siglos. Por otro lado, no pueden ignorarse los numerosos signos que
evidencian la permanencia de una necesidad de espiritualidad, que se manifiesta
de diversos modos. La pobreza espiritual de muchos de nuestros contemporáneos
—que ya no perciben como privación la ausencia de Dios de sus vidas— representa
un desafío para todos los cristianos.
Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontraros a todos, miembros y consultores del Consejo pontificio
para la promoción de la unidad de los cristianos, con ocasión de la plenaria. A
cada uno dirijo mi cordial saludo, en particular al presidente, el cardenal Kurt
Koch —a quien agradezco las amables palabras con la que ha interpretado los
sentimientos comunes—, al secretario y a los colaboradores del dicasterio, con
el aprecio por vuestro trabajo al servicio de una causa tan decisiva para la
vida de la Iglesia.
Este año vuestra plenaria centra la atención sobre el tema: «La importancia
del ecumenismo para la nueva evangelización». Con esta elección os situáis
oportunamente en continuidad con lo que se ha examinado durante la reciente
Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, y, en cierto sentido,
tenéis intención de dar una forma concreta, según la particular perspectiva del
dicasterio, a cuanto ha surgido de esa reunión. Además, la reflexión que estáis
haciendo se introduce muy bien en el contexto del
Año de la fe que he
querido como momento propicio para volver a proponer a todos el don de la fe en
Cristo resucitado, en el año en que celebramos el 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. Como es sabido, los padres conciliares han querido
subrayar el estrechísimo vínculo que existe entre la tarea de la evangelización
y la superación de las divisiones existentes entre los cristianos. «Esta
división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo —se afirma al
inicio del decreto
Unitatis redintegratio—, es un escándalo para el mundo
y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (n.
1). La afirmación del decreto conciliar recuerda la «oración sacerdotal» de
Jesús, cuando, dirigiéndose al Padre, pide que sus discípulos «sean uno, para
que el mundo crea» (Jn 17, 21). En esta gran oración invoca cuatro veces
la unidad para los discípulos de entonces y para los del futuro, y dos veces
indica como objetivo de tal unidad que el mundo crea, que Le «reconozca» como
enviado del Padre. Así que existe un estrecho vínculo entre la suerte de la
evangelización y el testimonio de unidad entre los cristianos.
Un auténtico camino ecuménico no puede perseguirse ignorando la crisis de fe
que están atravesando vastas regiones del planeta, entre ellas las que primero
acogieron el anuncio del Evangelio y donde la vida cristiana ha sido floreciente
durante siglos. Por otro lado, no pueden ignorarse los numerosos signos que
evidencian la permanencia de una necesidad de espiritualidad, que se manifiesta
de diversos modos. La pobreza espiritual de muchos de nuestros contemporáneos
—que ya no perciben como privación la ausencia de Dios de sus vidas— representa
un desafío para todos los cristianos. En este contexto, a nosotros, creyentes en
Cristo, se nos pide volver a lo esencial, al corazón de nuestra fe, para dar
juntos testimonio del Dios vivo al mundo, o sea, de un Dios que nos conoce y nos
ama, en cuya mirada vivimos; de un Dios que espera la respuesta de nuestro amor
en la vida de cada día. Es por lo tanto motivo de esperanza el empeño de
Iglesias y comunidades eclesiales en un renovado anuncio del Evangelio al hombre
contemporáneo. De hecho, dar testimonio del Dios vivo, que se ha hecho cercano
en Cristo, es el imperativo más urgente para todos los cristianos, y es también
un imperativo que nos une, a pesar de la incompleta comunión eclesial que
todavía experimentamos. No debemos olvidar lo que nos une, esto es, la fe en
Dios, Padre y Creador, que se ha revelado en su Hijo Jesucristo, derramando el
Espíritu que vivifica y santifica. Esta es la fe del Bautismo que hemos recibido
y es la fe que, en la esperanza y en la caridad, podemos profesar juntos. A la
luz de la prioridad de la fe se comprende también la importancia de los diálogos
teológicos y de las conversaciones con las Iglesias y comunidades eclesiales,
actividades en las que la Iglesia católica está comprometida. Incluso cuando no
se entrevé, en un futuro inmediato, la posibilidad del restablecimiento de la
plena comunión, aquellas permiten percibir, junto a resistencias y obstáculos,
también experiencias ricas de vida espiritual y de reflexión teológica que se
convierten en estímulo para un testimonio cada vez más profundo.
Con todo no debemos olvidar que la meta del ecumenismo es la unidad visible
entre los cristianos divididos. Esta unidad no es una obra que sencillamente
podamos realizar nosotros, los hombres. Debemos empeñarnos con todas nuestras
fuerzas, pero asimismo tenemos que reconocer que, en último análisis, esta
unidad es don de Dios: puede venir solamente del Padre mediante el Hijo, porque
la Iglesia es su Iglesia. En esta perspectiva se muestra la importancia de
invocar del Señor la unidad visible, pero emerge también cómo la búsqueda de tal
meta es relevante para la nueva evangelización. El hecho de caminar juntos hacia
esta meta es una realidad positiva, pero con la condición de que las Iglesias y
comunidades eclesiales no se detengan durante el camino, aceptando las
diversidades contradictorias como algo normal o como lo mejor que se puede
lograr. Es en cambio en la plena comunión en la fe, en los sacramentos y en el
ministerio, como se hará evidente de manera concreta la fuerza presente y
operante de Dios en el mundo. A través de la unidad visible de los discípulos de
Jesús, unidad humanamente inexplicable, se hará reconocible la acción de Dios
que supera la tendencia del mundo a la disgregación.
Queridos amigos: deseo que el
Año de la fe contribuya también al
progreso del camino ecuménico. La unidad es, por un lado, fruto de la fe; y, por
otro, un medio y casi un presupuesto para anunciar de modo cada vez más creíble
la fe a quienes no conocen todavía al Salvador o, habiendo recibido el anuncio
del Evangelio, casi han olvidado este don precioso. El verdadero ecumenismo,
reconociendo la primacía de la acción divina, exige ante todo paciencia,
humildad, abandono a la voluntad del Señor. Al final, ecumenismo y nueva
evangelización requieren el dinamismo de la conversión, entendido como sincera
voluntad de seguir a Cristo y de adherirse plenamente a la voluntad del Padre.
Dándoos nuevamente las gracias, con gusto invoco sobre todos la bendición
apostólica. Gracias.
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