Discurso - Participantes del Encuentro Internacional para los Ordinariatos
Militares (Sala Clementina, 22 de octubre de 2011).
Señores cardenales, venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
queridos amigos,
Estoy contento de acogeros con ocasión del sexto Congreso
Internacional de los Ordinariatos Militares y del tercer Curso
Internacional de formación de los capellanes militares en derecho
humanitario, promovidos conjuntamente por la Congregación para los Obispos y por el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz.
Al saludar cordialmente a todos, agradezco al cardenal Marc Ouellet las
corteses palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre.
Estas iniciativas vuestras asumen una importancia particular, porque
se colocan -como se ha dicho ya- en el contexto del 25 aniversario de la
Constitución Apostólica Spirituali militum curae, promulgada por el Juan Pablo II,
de la que hoy celebramos la memoria litúrgica. Mediante tal
procedimiento legislativo, se pretende dar a los Ordinariatos Militares
la posibilidad de promover una acción pastoral cada vez más adecuada y
mejor organizada por una parte importante del Pueblo de Dios, es decir,
los militares y sus familias, con sus instituciones como cuarteles,
escuelas militares y hospitales. 25 años después del documento, es
necesario poner de manifiesto que los Ordinariatos Militares han
demostrado, en general, haber adoptado un estilo cada vez más
evangélico, adecuando las estructuras pastorales a las urgentes
exigencias de la nueva evangelización.
En estas jornadas de estudio, os proponéis recorrer idealmente el
camino histórico y jurídico de los Ordinariatos Militares, su misión
eclesial, así como está delineada por la Spirituali militum curae,
separando las trayectorias comunes de la pastoral a favor de los
militares y profundizando en los problemas más actuales. En la expresión
de mi cordial aliento, deseo llamar vuestra atención sobre la exigencia
de garantizar a los hombres y a las mujeres de las Fuerzas Armadas una
asistencia espiritual que responda a todas las exigencias de una vida
cristiana coherente y misionera. Se trata de formar a cristianos que
tengan una fe profunda, que vivan una práctica religiosa convencida y
que sean testigos auténticos de Cristo en sus ambientes. Para alcanzar
este objetivo, es necesario que los obispos y capellanes militares se
sientan responsables del anuncio del Evangelio y de la administración de
los Sacramentos ahí donde estén presentes los militares y sus familias.
Si el desafío de los Ordinariatos Militares es el de evangelizar el
mundo castrense, haciendo posible el encuentro con Jesucristo y la
santidad de vida a la que todos lo hombres están llamados, parece
evidente que los sacerdotes, comprometidos en este ministerio, deben
tener una sólida formación humana y espiritual, una constante atención
por la propia vida interior y, al mismo tiempo, estar disponibles a la
escucha y el diálogo, para poder acoger las dificultades personales y
ambientales de las personas a ellos confiadas. Estas, de hecho,
necesitan un continuo apoyo en su itinerario de fe, ya que la dimensión
religiosa tiene un significado especial también en la vida de un
militar. La razón por la que existen los Ordinariatos Militares, es
decir la asistencia espiritual a los fieles en las Fuerzas Armadas y de
la Policía, hace referencia a la solicitud con la que la Iglesia ha
querido ofrecer a los fieles militares y a sus familias todos los medios
de salvación para facilitarles la atención pastoral ordinaria y la
ayuda específica que necesitan para desarrollar su misión con el estilo
de la caridad cristiana. La vida militar de un cristiano, de hecho, se
pone en relación con el primer y más grande mandamiento, el de amor a
Dios y al prójimo, porque el militar cristiano está llamado a realizar
una síntesis por la que sea posible ser un militar por amor, cumpliendo
el ministerium pacis inter arma.
Me refiero, en especial, al ejercicio de la caridad en el soldado que
socorre a las víctimas de los terremotos y de las inundaciones, como
también a los prófugos, poniéndose a disposición de los más débiles su
valentía y su competencia. Pienso en el ejercicio de la caridad en el
soldado comprometido en la desactivación de minas, con su peligro y
riesgo personales, en las zonas que han sido escenario de guerras, como
también en el soldado que, en el ámbito de las misiones de paz,
patrullan las ciudades y los territorios para que los hermanos no se
maten entre ellos. Hay muchos hombres y mujeres en uniforme llenos de la
fe en Jesús, que aman la verdad, que quieren promover la paz y que se
comprometen como verdaderos discípulos de Cristo en el servicio a la
propia nación, favoreciendo la promoción de los derechos humanos
fundamentales de los pueblos.
En este contexto, se inserta la relación entre el derecho humanitario
y los Capellanes Militares, ya que una colaboración entre las
organizaciones humanitarias y los responsables religiosos desarrolla
energías fecundas dirigidas a aliviar los sufrimientos de los
conflictos. En las devastadoras heridas producidas por las guerras y
ante los ojos de todos, la dignidad humana es ultrajada a menudo y la
paz destruida. Sin embargo, la sola dinámica del derecho no basta para
restablecer el equilibrio perdido; es necesario recorrer el camino de la
reconciliación y del perdón. Así escribió el beato Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2002,
que siguió a los trágicos atentados del 11 de septiembre de 2001: “La
verdadera paz, pues, es fruto de la justicia, virtud moral y garantía
legal que vela sobre el pleno respeto de derechos y deberes, y sobre la
distribución ecuánime de beneficios y cargas. Pero, puesto que la
justicia humana es siempre frágil e imperfecta, expuesta a las
limitaciones y a los egoísmos personales y de grupo, debe ejercerse y en
cierto modo completarse con el perdón, que cura las heridas y restablece en profundidad las relaciones humanas truncadas” (nº3).
Queridos amigos, también a la luz de estas consideraciones, las
motivaciones pastorales que son la base de la identidad del Ordinariato
Militar son de gran de actualidad. La obra de evangelización en el mundo
militar exige una creciente asunción de responsabilidades, para que, en
este ámbito, haya un anuncio siempre nuevo, convencido y gozoso de
Jesucristo, única esperanza de vida y de paz para la humanidad. Él, de
hecho, dijo: “sin mí, no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Que
vuestra particular misión y vuestro ministerio y el de vuestros
colaboradores, presbíteros y diáconos, favorezcan una renovación general
de los corazones, presupuesto de la paz universal, a la que todo el
mundo aspira. Con estos sentimientos os aseguro mi oración y os acompaño
con mi bendición, que imparto de corazón a vosotros y a los que se
confían a vuestros cuidados pastorales.
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