En un contexto ecuménico, entre luteranos y católicos, Benedicto XVI ha destacado que la unidad fundamental consiste en la fe en el Dios trinitario y en la Revelación a través del Verbo Encarnado. En un mundo que tiene necesidad de Dios "nuestro primer servicio ecuménico
debe ser el testimoniar juntos la presencia del Dios vivo y dar así al
mundo la respuesta que necesita". Además como cristianos "debemos defender la
dignidad inviolable del ser humano, desde la concepción hasta la muerte,
desde las cuestiones de la diagnosis previa a su implantación hasta la
eutanasia". Para ello ha remarcado que "la caridad cristiana exige
hoy también nuestro compromiso por la justicia en el mundo entero".
Finalmente ha vuelto a insistir en profundizar más en lo que nos une que en lo que nos separa, así "la unidad no crece
mediante la ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando
cada vez más en la fe mediante el pensamiento y la vida".
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
"No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos" (Jn 17,
20): Así, en el Cenáculo, lo ha dicho Jesús al Padre, según el
Evangelio de Juan. Él intercede por las futuras generaciones de
creyentes. Mira más allá del Cenáculo hacía el futuro. Ha rezado también
por nosotros y reza por nuestra unidad. Esta oración de Jesús no es
simplemente algo del pasado. Él está siempre ante el Padre intercediendo
por nosotros, y así está en este momento entre nosotros y quiere
atraernos a su oración. En la oración de Jesús está el lugar interior,
de nuestra unidad. Seremos, pues una sola cosa, si nos dejamos atraer
dentro de esta oración. Cada vez que, como cristianos, nos encontramos
reunidos en la oración, esta lucha de Jesús por nosotros y con el Padre
nos debería conmover profundamente en el corazón. Cuanto más nos dejamos
atraer en está dinámica, tanto más se realiza la unidad.
La oración de Jesús ¿ha quedado desoída? La historia del cristianismo
es, por así decirlo, la parte visible de este drama, en la que Cristo
lucha y sufre con los seres humanos. Una y otra vez Él debe soportar el
rechazo a la unidad, y aun así, una y otra vez se culmina la unidad con
Él, y en Él con el Dios Trinitario. Debemos ver ambas cosas: el pecado
del hombre, que reniega a Dios y se repliega en sí mismo, pero también
las victorias de Dios, que sostiene la Iglesia no obstante su debilidad y
atrae continuamente a los hombres dentro de sí, acercándolos de este
modo los unos a los otros. Por eso, en un encuentro ecuménico, no
debemos lamentar solo las divisiones y las separaciones, sino agradecer a
Dios por todos los elementos de unidad que ha conservado para nosotros y
que continuamente nos da. Gratitud que debe ser al mismo tiempo
disponibilidad para no perder la unidad alcanzada, en medio de un tiempo
de tentación y de peligros.
La unidad fundamental consiste en el hecho que creemos en Dios Padre
todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Que lo profesamos como
Dios Trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La unidad suprema no es
la soledad monádita, sino unidad a través del amor. Creemos en Dios, en
el Dios concreto. Creemos que Dios nos ha hablado y se ha hecho uno de
nosotros. La tarea común que actualmente tenemos, es dar testimonio de
este Dios vivo.
El hombre tiene necesidad de Dios, o ¿acaso las cosas van bien sin
Él? Cuando en una primera fase de la ausencia de Dios, su luz sigue
mandando sus reflejos y mantiene unido el orden de la existencia humana,
se tiene la impresión que las cosas funcionan incluso sin Dios. Pero
cuanto más se aleja el mundo de Dios, tanto más resulta claro que el
hombre, en el hybris del poder, en el vacío del corazón y en el
ansia de satisfacción y de felicidad, "pierde" cada vez más la vida. La
sed de infinito esta presente en el hombre de tal manera que no se
puede extirpar. El hombre ha sido creado para relacionarse con Dios y
tiene necesidad de Él. En este tiempo, nuestro primer servicio ecuménico
debe ser el testimoniar juntos la presencia del Dios vivo y dar así al
mundo la respuesta que necesita. Naturalmente, de este testimonio
fundamental de Dios forma parte además, y de modo absolutamente central,
el dar testimonio de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, que
vivió entre nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su
resurrección ha abierto totalmente la puerta de la muerte. Queridos
amigos, ¡fortifiquémonos en está fe! ¡Ayudémonos recíprocamente a
vivirla! Esta es una gran tarea ecuménica que nos introduce en el
corazón de la oración de Jesús.
La seriedad de la fe en Dios se manifiesta en vivir su palabra. En
nuestro tiempo, se manifiesta de una forma muy concreta, en el
compromiso por esta criatura, por el hombre, que Él quiso a su imagen.
Vivimos en un tiempo en que los criterios de cómo ser hombres se han
hecho inciertos. La ética viene sustituida con el calculo de las
consecuencias. Frente a esto, como cristianos, debemos defender la
dignidad inviolable del ser humano, desde la concepción hasta la muerte,
desde las cuestiones de la diagnosis previa a su implantación hasta la
eutanasia. "Solo quien conoce a Dios, conoce al hombre", dijo una vez
Romano Guardini. Sin el conocimiento de Dios, el hombre se hace
manipulable. La fe en Dios debe concretarse en nuestro común trabajo por
el hombre. Forman parte de esta tarea no sólo estos criterios
fundamentales de humanidad sino, sobre todo y de modo concreto, el amor
que Jesús nos ha enseñado en la descripción del Juicio Final (cf. Mt 25):
el Dios juez nos juzgará según nos hayamos comportado con nuestro
prójimo, con los más pequeños de sus hermanos. La disponibilidad para
ayudar en las necesidades actuales, más allá del propio ambiente de vida
es una obra esencial del cristiano.
Esto vale sobre todo en el ámbito de la vida personal de cada uno.
Vale también en la comunidad de un pueblo o de un Estado, en la que
todos deben hacerse cargo los unos de los otros. Vale para nuestro
Continente, en el que estamos llamados a la solidaridad europea. Y, en
fin, vale más allá de todas las fronteras: la caridad cristiana exige
hoy también nuestro compromiso por la justicia en el mundo entero. Sé
que de parte de los alemanes y de Alemania se trabaja mucho por hacer
posible a todos una existencia humanamente digna, por lo que expreso una
palabra de viva gratitud.
Para concluir, quisiera detenerme todavía en una dimensión más
profunda de nuestra obligación de amar. La seriedad de la fe se
manifiesta sobre todo cuando esta inspira a ciertas personas a ponerse
totalmente a disposición de Dios y, a partir de Dios, a los demás. Las
grandes ayudas se hacen concretas solamente cuando sobre el lugar
existen aquellos que están a total disposición de los otros, y con ello
hacen creíble el amor de Dios. Personas así son un signo importante para
la verdad de nuestra fe.
A la vigilia de la visita del Papa, se ha hablado varia veces de que
se espera de está visita un don ecuménico del huésped. No es necesario
que yo especifique los dones mencionados en tal contexto. A este
respecto, quisiera decir que esto constituye un malentendido político de
la fe y del ecumenismo. Cuando un jefe de estado visita un país amigo,
generalmente preceden contactos entre las instancias, que preparan la
estipulación de uno o más acuerdos entre los dos estados: en la
ponderación de los ventajas y desventajas se llega al compromiso que, al
fin, aparece ventajoso para ambas partes, de manera que el tratado
puede ser firmado. Pero la fe de los cristianos no se basa en una
ponderación de nuestras ventajas y desventajas. Una fe autoconstruida no
tiene valor. La fe no es una cosa que nosotros excogitamos o
concordamos. Es el fundamento sobre el cual vivimos. La unidad no crece
mediante la ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando
cada vez más en la fe mediante el pensamiento y la vida. De esta forma,
en los últimos 50 años, y en particular también en la visita del Papa
Juan Pablo II, hace 30 años, ha crecido mucho la comunión de la cual
podemos estar agradecidos. Me es grato recordar el encuentro con la
comisión presidida por el Obispo Lohse, en la cual nos hemos ejercitado
juntos en este profundizar en la fe mediante el pensamiento y la vida.
Expreso mi vivo agradecimiento a todos aquellos que han colaborado en
esto, por la parte católica, de modo particular, al Cardenal Lehmann. No
menciono otros nombres, el Señor los conoce a todos. Juntos podemos
agradecer al Señor por el camino de la unidad por el que nos ha
conducido, y asociarnos en humilde confianza a su oración: Haz, que
todos seamos uno, como Tú eres uno con el Padre, para que el mundo crea
que Él te ha enviado (cf. Jn 17, 21).
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