Discurso - Reichstag de Berlín. Viaje Apostólico a Alemania (22 - 25 de septiembre)
Benedicto XVI recuerda las atrocidades que se realizaron en la Alemania nazi contra los judíos. Remarcando que el rechazo de Dios conlleva a que: "se pierde también el respeto de la dignidad del hombre". Las relaciones entre la Iglesia católica y la comunidad judía han mejorado: "Para los cristianos, no puede haber
una fractura en el evento salvífico. La salvación viene, precisamente,
de los Judíos". Aunque el mensaje de esperanza se haya asimilado de forma distinta "este diálogo
debe reforzar la común esperanza en Dios. Sin esa esperanza la sociedad
pierde su humanidad".
Distinguidos Señores y Señoras:
Me alegra encontrarme con ustedes, aquí, en Berlín. Agradezco de
corazón al Presidente, Dr. Dieter Graumann, las amables palabras de
bienvenida, que manifiestan cuánto ha crecido la confianza entre el
Pueblo judío y la Iglesia católica, que tienen en común una parte nada
desdeñable de sus tradiciones fundamentales. Al mismo tiempo, todos
tenemos claro que una comunión amorosa y comprensiva entre Israel y la
Iglesia, en el respeto recíproco de la identidad del otro, debe crecer
todavía más y entrar de modo más profundo en el anuncio de la fe.
Durante mi visita a la Sinagoga de Colonia, hace ya seis años, el
Rabino Teitelbaum habló de la memoria como una de las columnas
necesarias para asentar sobre ella un futuro de paz. Y hoy me encuentro
en un lugar central de la memoria, de una espantosa memoria: desde aquí
se programó y organizó la Shoah, la eliminación de los
ciudadanos judíos en Europa. Antes del terror nazi, casi medio millón de
hebreos vivían en Alemania, y eran un componente estable de la sociedad
alemana. Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue considerada
como el "País de la Shoah", en el que, en realidad, ya no se
podía vivir. Al principio, casi nadie se esforzaba por refundar las
antiguas comunidades hebreas, no obstante llegaran continuamente
personas y familias judías del este. Muchas de ellas querían emigrar y
construirse una nueva existencia, sobre todo en los Estados Unidos o en
Israel.
En este lugar, hay que recordar también la noche del pogromo, del 9
al 10 de noviembre de 1938. Solamente unos pocos percibieron en su
totalidad la dimensión de dicho acto de desprecio humano, como lo hizo
el Deán de la Catedral de Berlín, Bernhard Lichtenberg, que desde el
púlpito de esa Santa Iglesia de Santa Eduvigis, gritó: "Fuera, el Templo
está en llamas; también éste es casa de Dios". El régimen de terror del
nacionalsocialismo se fundaba sobre un mito racista, del que formaba
parte el rechazo del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, del Dios de
Jesucristo y de las personas que creen en él. El "omnipotente" Adolf
Hitler era un ídolo pagano, que quería ponerse como sustituto del Dios
bíblico, Creador y Padre de todos los hombres. Cuando no se respeta a
este Dios único, se pierde también el respeto por la dignidad del
hombre. Las horribles imágenes de los campos de concentración al final
de la guerra mostraron de lo que puede ser capaz el hombre que rechaza a
Dios y el rostro que puede asumir un pueblo en el "no" a ese Dios.
Ante este recuerdo, debemos constatar con gratitud que desde hace
alguna década manifiesta un nuevo desarrollo, que permite hablar incluso
de un renacer de la vida judía en Alemania. Hay que subrayar que, en
este tiempo, la comunidad judía se ha destacado particularmente por la
obra de integración de los emigrantes del este europeo.
Con vivo aprecio, quisiera aludir también al diálogo de la Iglesia
católica con el Hebraísmo, un diálogo que se está profundizando. La
Iglesia se siente muy cercana al Pueblo hebreo. Con la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II, se comenzó a "recorrer un camino irrevocable de diálogo, de fraternidad y de amistad" (cf. Discurso en la Sinagoga de Roma,
17 de enero de 2010). Esto vale para toda la Iglesia católica, en la
que el beato Papa Juan Pablo II se comprometió de una manera
particularmente intensa en favor de este nuevo camino. Esto vale
obviamente también para la Iglesia católica en Alemania, que es bien
consciente de su particular responsabilidad en esta materia. En el
ámbito público, destaca sobre todo la "Semana de la Fraternidad",
organizada cada año en la primera semana de marzo por las asociaciones
locales para la colaboración cristiano-judía.
Por la parte católica, se llevan a cabo además encuentros anuales
entre obispos y rabinos, así como coloquios organizados con el Consejo
central de los judía. Ya en los años setenta, el Comité Central de los
Católicos Alemanes (ZdK) se distinguió por la fundación de un
forum "Judíos y Cristianos", que en el trascurso de los años ha
elaborado competentemente muchos documentos útiles. No se debe olvidar
tampoco el histórico encuentro para el diálogo judío-cristiano de marzo
de 2006, con la participación del Cardenal Walter Kasper. Esta reunión
ha traído muchos frutos, incluso en tiempos recientes.
Junto a estas encomiables iniciativas concretas, me parece que los
cristianos debemos también darnos cuenta cada vez más de nuestra
afinidad interior con el judaísmo. Para los cristianos, no puede haber
una fractura en el evento salvífico. La salvación viene, precisamente,
de los Judíos (cf. Jn 4, 22). Cuando el conflicto de Jesús con
el judaísmo de su tiempo se ve de manera superficial, como una ruptura
con la Antigua Alianza, se acaba reduciéndolo a un idea de liberación
que considera la Torá solamente como la observancia servil de unos ritos
y prescripciones exteriores. Sin embargo, el Discurso de la montaña no
deroga la Ley mosaica, sino que desvela sus recónditas posibilidades y
hace surgir nuevas exigencias; nos reenvía al fundamento más profundo
del obrar humano, al corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo
impuro, donde germina la fe, la esperanza y la caridad.
El mensaje de esperanza, transmitido por los libros de la Biblia
hebrea y del Antiguo Testamento cristiano, ha sido asimilado y
desarrollado por los judíos y los cristianos de modo distinto. "Después
de siglos de contraposición, reconozcamos como tarea nuestra el esfuerzo
para que estos dos modos de la nueva lectura de los escritos bíblicos
–la cristiana y la judía– entren en diálogo entre sí, para comprender
rectamente la voluntad y la Palabra de Dios" (Jesús de Nazaret. Segunda parte: Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección,
pp. 47-48). En una sociedad cada vez más secularizada, este diálogo
debe reforzar la común esperanza en Dios. Sin esa esperanza la sociedad
pierde su humanidad.
Con todo esto, podemos constatar que el intercambio entre la Iglesia
católica y el judaísmo en Alemania ha dado ya frutos prometedores. Han
crecido las relaciones duraderas y de confianza. Ciertamente, judíos y
cristianos tienen una responsabilidad común para el desarrollo de la
sociedad, que entraña siempre una dimensión religiosa. Que todos los
interesados continúen juntos este camino. Que para ello, el Único y
Onmipotente –Ha Kadosch Baruch Hu– otorgue su bendición.
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