Quizá recordéis que el
día de mi elección, cuando me dirigí a la multitud en la
plaza de San Pedro, se me ocurrió espontáneamente presentarme como un obrero de
la viña del Señor. Pues bien, en el evangelio de hoy (cf. Mt 20, 1-16)
Jesús cuenta precisamente la parábola del propietario de la viña que, en
diversas horas del día, llama a jornaleros a trabajar en su viña. Y al atardecer
da a todos el mismo jornal, un denario, suscitando la protesta de los de la
primera hora. Es evidente que este denario representa la vida eterna, don que
Dios reserva a todos. Más aún, precisamente aquellos a los que se considera
"últimos", si lo aceptan, se convierten en los "primeros", mientras que los
"primeros" pueden correr el riesgo de acabar "últimos".
Un primer mensaje de esta parábola es que el propietario no tolera, por decirlo
así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Y, en realidad, ser
llamados ya es la primera recompensa: poder trabajar en la viña del Señor,
ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio
inestimable, que compensa por toda fatiga. Pero eso sólo lo comprende quien ama
al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal
nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro.
El que narra la parábola es san Mateo, apóstol y evangelista, cuya fiesta
litúrgica, por lo demás, se celebra precisamente hoy. Me complace subrayar que
san Mateo vivió personalmente esta experiencia (cf. Mt 9, 9). En efecto,
antes de que Jesús lo llamara, ejercía el oficio de publicano y, por eso, era
considerado pecador público, excluido de la "viña del Señor". Pero todo cambia
cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le dice:
"Sígueme". Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió
inmediatamente en discípulo de Cristo. De "último" se convirtió en "primero",
gracias a la lógica de Dios, que —¡por suerte para nosotros!— es diversa de la
del mundo. "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos
son mis caminos", dice el Señor por boca del profeta Isaías (Is 55, 8).
También san Pablo, de quien estamos celebrando un particular Año jubilar,
experimentó la alegría de sentirse llamado por el Señor a trabajar en su viña.
¡Y qué gran trabajo realizó! Pero, como él mismo confiesa, fue la gracia de Dios
la que actuó en él, la gracia que de perseguidor de la Iglesia lo transformó en
Apóstol de los gentiles, hasta el punto de decir: "Para mí la vida es Cristo, y
la muerte, una ganancia" (Flp 1, 21). Pero añade inmediatamente: "Pero
si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger" (Flp
1, 22). San Pablo comprendió bien que trabajar para el Señor ya es una
recompensa en esta tierra.
La Virgen María, a la que hace una semana tuve la alegría de venerar en Lourdes,
es sarmiento perfecto de la viña del Señor. De ella brotó el fruto bendito del
amor divino: Jesús, nuestro Salvador. Que ella nos ayude a responder siempre y
con alegría a la llamada del Señor y a encontrar nuestra felicidad en poder
trabajar por el reino de los cielos.
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