Ángelus, 25 de noviembre de 2012 - Solemnidad de Cristo Rey

Ángelus - XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B) - Solemnidad de Cristo Rey

Este Reino de Cristo ha sido encomendado a la Iglesia, que es su «germen» e «inicio» y tiene el deber de anunciarlo y difundirlo entre todas las gentes, con la fuerza del Espíritu Santo (Cfr. ibíd.). Al término del tiempo establecido, el Señor entregará a Dios Padre el Reino y le presentará a todos los que han vivido según el mandamiento del amor. 


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia celebra a Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Esta solemnidad se coloca al término del año litúrgico y resume el misterio de Jesús «primogénito de los muertos y dominador de todos los poderosos de la tierra» (Oración Colecta Año B), ensanchando nuestra mirada hacia la plena realización del Reino de Dios, cuando Dios será todo en todos (Cfr. 1 Co 15, 28).

San Cirilo de Jerusalén afirma: «Nosotros anunciamos no sólo la primera venida de Cristo, sino también una segunda mucho más bella de la primera. La primera, en efecto, fue una manifestación de padecimiento, la segunda trae la diadema de la realeza divina; en la primera fue sometido a la humillación de la cruz, en la segunda está rodeado y glorificado por una multitud de ángeles» (Catequesis XV,1 Illuminandorum, De secundo Christi adventu: PG 33, 869 A).
 
Toda la misión de Jesús y el contenido de su mensaje consisten en anunciar el Reino de Dios y actuarlo en medio de los hombres con signos y prodigios
. «Pero – como recuerda el Concilio Vaticano II – ante todo el Reino se manifiesta en la misma persona de Cristo» (Constitución dogmática Lumen gentium, 5), que lo ha instaurado mediante su muerte en la cruz y su resurrección, con la que se ha manifestado cual Señor y Mesías y Sacerdote eterno. Este Reino de Cristo ha sido encomendado a la Iglesia, que es su «germen» e «inicio» y tiene el deber de anunciarlo y difundirlo entre todas las gentes, con la fuerza del Espíritu Santo (Cfr. ibíd.). Al término del tiempo establecido, el Señor entregará a Dios Padre el Reino y le presentará a todos los que han vivido según el mandamiento del amor.
Queridos amigos, todos nosotros estamos llamados a prolongar la obra salvífica de Dios convirtiéndonos al Evangelio, poniéndonos con decisión al servicio de aquel Rey que no ha venido para ser servido sino para servir y dar testimonio de la verdad (Cfr. Mc 10, 45; Jn 18,37).

En esta perspectiva invito a todos a orar por los seis nuevos Cardenales que he creado ayer, a fin de que el Espíritu Santo los refuerce en la fe y en la caridad y los colme con sus dones, de modo que vivan su nueva responsabilidad como una entrega ulterior a Cristo y a su Reino.

Estos nuevos miembros del Colegio Cardenalicio representan bien la dimensión universal de la Iglesia: son Pastores de Iglesias en El Líbano, en la India, en Nigeria, en Colombia, en Filipinas y, uno de ellos, está desde hace mucho tiempo, al servicio de la Santa Sede.

Invoquemos la protección de María Santísima sobre cada uno de ellos y sobre los fieles encomendadnos a su servicio. Que la Virgen nos ayude a todos a vivir el tiempo presente en espera del regreso del Señor, pidiendo con fuerza a Dios: «Venga tu Reino», y cumpliendo esas obras de luz que nos acerca cada vez más al Cielo, concientes de que, en las atormentadas vicisitudes de la historia, Dios sigue construyendo su Reino de amor. 

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