XXXII Domingo TO (Ciclo A): Reflexión sobre la vida eterna (Ángelus, 6 de noviembre de 2011)

Ángelus - Plaza de San Pedro, 6 de noviembre de 2011

Benedicto XVI comenta las lecturas bíblicas de este domingo. De sus palabras destaca: "Si quitamos a Dios, si quitamos a Cristo, el mundo recae en el vacío y en la oscuridad. Y esto encuentra eco también en las expresiones del nihilismo contemporáneo, un nihilismo a menudo inconsciente que contagia lamentablemente a muchos jóvenes.". Por ello, "quien cree en Dios-Amor lleva en sí una esperanza invencible, como una lámpara con la que atravesar la noche más allá de la muerte, y llegar a la gran fiesta de la vida".







¡Queridos hermanos y hermanas!

Las lecturas bíblicas de la liturgia dominical de hoy nos invitan a prolongar la reflexión sobre la vida eterna, iniciada con motivo de la conmemoración de todos los fieles difuntos. Sobre este punto, es neta la diferencia entre quien cree y quien no cree, o, se podría igualmente decir, entre quien espera y quien no espera. San Pablo escribe a los tesalonicenses: “No queremos dejaros en la ignorancia sobre aquellos que murieron, para que no estéis tristes como quienes no tienen esperanza” (1 Ts 4,13). La fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo marca, también en este campo, un antes y un después decisivo. También san Pablo recuerda a los cristianos de Éfeso que, antes de acoger la Buena Noticia, estaban “en el mundo sin esperanza y sin Dios” (Ef 2,12). De hecho, la religión de los griegos, los cultos y los mitos paganos, no podían iluminar el misterio de la muerte, tanto que una antigua inscripción decía: “In nihil ab nihilo quam cito recidimus”, que significa: “¡Qué pronto recaemos de la nada a la nada!”. Si quitamos a Dios, si quitamos a Cristo, el mundo recae en el vacío y en la oscuridad. Y esto encuentra eco también en las expresiones del nihilismo contemporáneo, un nihilismo a menudo inconsciente que contagia lamentablemente a muchos jóvenes.

El Evangelio de hoy es una célebre parábola, que habla de diez jóvenes invitadas a una fiesta de bodas, símbolo del Reino de los cielos, de la vida eterna (Mt 25,1-13). Es una imagen feliz, con la que sin embargo Jesús enseña una verdad que nos hace cuestionarnos; de hecho, de aquellas diez chicas: cinco entran en la fiesta, porque, a la llegada del esposo, tienen aceite para encender sus lámparas; mientras que las otras cinco se quedan fuera, porque, tontas, no han llevado aceite. ¿Qué representa este 'aceite', indispensable para ser admitidos al banquete nupcial? San Agustín (cfr Discursos 93, 4) y otros autores antiguos leen en él un símbolo del amor, que no se puede comprar, pero se recibe como regalo, se conserva en la intimidad y se practica en las obras. Verdadera sabiduría es aprovechar la vida mortal para realizar obras de misericordia, porque, tras la muerte, eso ya no será posible. Cuando nos despierten para el juicio final, este se basará en el amor practicado en la vida terrena (cfr Mt 25,31-46). Y este amor es don de Cristo, infundido en nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en Dios-Amor lleva en sí una esperanza invencible, como una lámpara con la que atravesar la noche más allá de la muerte, y llegar a la gran fiesta de la vida.

A María, Sedes Sapientiae, pidamos que nos enseñe la verdadera sabiduría, la que se ha hecho carne en Jesús. Él es el Camino que conduce de esta vida a Dios, al Eterno. Él nos ha hecho conocer el rostro del Padre, y así nos ha donado una esperanza plena de amor. Por esto, la Iglesia dirige estas palabras a la Madre del Señor: Vita, dulcedo, et spes nostra. Aprendamos de ella a vivir y morir en la esperanza que no defrauda.

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