Hemos recibido de Dios unos dones que son un auténtico tesoro. El miedo es una actitud equivocada. Los dones son para compartirlos, repartirlos y hacerlos fructificar.
Queridos hermanos y hermanas:
La Palabra de Dios de este domingo, penúltimo del año litúrgico, nos invita a estar vigilantes y activos, en espera de la vuelta del Señor Jesús al final de los tiempos. La página del Evangelio narra la célebre parábola de los talentos, referida por san Mateo (cf. Mt 25, 14-30). El "talento" era una antigua moneda romana, de gran valor, y precisamente a causa de la popularidad de esta parábola se ha convertido en sinónimo de dote personal, que cada uno está llamado a hacer fructificar. En realidad, el texto habla de "un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda" (Mt 25, 14).
El hombre de esta parábola representa a Cristo mismo; los siervos son los discípulos; y los talentos son los dones que Jesús les encomienda. Por tanto, estos dones, no sólo representan las cualidades naturales, sino también las riquezas que el Señor Jesús nos ha dejado como herencia para que las hagamos fructificar: su Palabra, depositada en el santo Evangelio; el Bautismo, que nos renueva en el Espíritu Santo; la oración —el "padrenuestro"— que elevamos a Dios como hijos unidos en el Hijo; su perdón, que nos ha ordenado llevar a todos; y el sacramento de su Cuerpo inmolado y de su Sangre derramada. En una palabra: el reino de Dios, que es él mismo, presente y vivo en medio de nosotros.
Este es el tesoro que Jesús encomendó a sus amigos al final de su breve existencia terrena. La parábola de hoy insiste en la actitud interior con la que se debe acoger y valorar este don. La actitud equivocada es la del miedo: el siervo que tiene miedo de su señor y teme su regreso, esconde la moneda bajo tierra y no produce ningún fruto. Esto sucede, por ejemplo, a quien, habiendo recibido el Bautismo, la Comunión y la Confirmación, entierra después dichos dones bajo una capa de prejuicios, bajo una falsa imagen de Dios que paraliza la fe y las obras, defraudando las expectativas del Señor.
Pero la parábola da más relieve a los buenos frutos producidos por los discípulos que, felices por el don recibido, no lo mantuvieron escondido por temor y celos, sino que lo hicieron fructificar, compartiéndolo, repartiéndolo. Sí; lo que Cristo nos ha dado se multiplica dándolo. Es un tesoro que hemos recibido para gastarlo, invertirlo y compartirlo con todos, como nos enseña el apóstol san Pablo, gran administrador de los talentos de Jesús.
La enseñanza evangélica que la liturgia nos ofrece hoy ha influido también en el plano histórico-social, promoviendo en las poblaciones cristianas una mentalidad activa y emprendedora. Pero el mensaje central se refiere al espíritu de responsabilidad con el que se debe acoger el reino de Dios: responsabilidad con Dios y con la humanidad.
La Virgen María, que, al recibir el don más valioso, Jesús mismo, lo ofreció al mundo con inmenso amor, encarna perfectamente esta actitud del corazón. Pidámosle que nos ayude a ser "siervos buenos y fieles", para que podamos participar un día en "el gozo de nuestro Señor".
0 Comentarios