XX Domingo Tiempo Ordinario (A): "La fe de la cananea" (Ángelus, 14 de agosto de 2011)

«Cada día nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión»


Ángelus, 14 de agosto de 2011

Tema: El encuentro del Señor con la mujer cananea


«¿Cuál es la actitud del Señor frente al grito de dolor de una mujer pagana? (...) Queridos amigos, también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y acoger con libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar también a Jesús “¡danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!”»



Ángelus, 14 de agosto de 2011


Queridos hermanos y hermanas,

La lectura del Evangelio de este domingo comienza con los detalles sobre la región que Jesús iba a visitar: Tiro y Sidón, el noroeste de Galilea, tierra pagana. Y es aquí donde se encuentra con una mujer cananea, que se dirige a Él para pedirle que cure a su hija atormentada por un demonio (cfr Mt 15,22). Ya en esta petición, se puede observar un inicio del camino de la fe, que en el diálogo con el divino Maestro crece y se refuerza. La mujer no tiene miedo de gritarle a Jesús «Piedad de mí», una expresión que aparece en los Salmos (cfr 50,1), lo llama «Señor» e «Hijo de David» (cfr Mt 15,22), manifestando así una firme esperanza de ser escuchada. ¿Cuál es la actitud del Señor frente al grito de dolor de una mujer pagana? Puede parecer desconcertante el silencio de Jesús, tanto que suscita la intervención de los discípulos, pero no se trata de poca sensibilidad al dolor de aquella mujer. San Agustín comenta sobre esto: «Cristo se mostraba indiferente hacia ella, no para negarle la misericordia sino para hacer crecer el deseo» (Sermón 77, 1: PL 38, 483).

El aparente distanciamiento de Jesús, que dice «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (v. 24), no desanima a la cananea, que insiste: «Señor, ¡ayúdame!» (v. 25). E incluso cuando recibe una respuesta que parece terminar con toda esperanza − «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los perros» (v.26) − , no desiste. No quiere quitar nada a nadie: en su sencillez y humildad le basta poco, le bastan las migas, le basta sólo una mirada, una palabra buena del Hijo de Dios. Y Jesús queda admirado por su respuesta de fe tan grande y le dice: «¡Qué se cumpla tu deseo!» (v.28).

Queridos amigos, también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y acoger con libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar también a Jesús “¡danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!”. Es el camino que Jesús ha hecho hacer a sus discípulos, a la mujer cananea y a todos los hombres de todo tiempo y pueblo, a cada uno de nosotros. La fe nos abre al conocimiento y a acoger la identidad real de Jesús, su novedad y su unicidad, su Palabra como fuente de vida, para vivir una relación personal con Él. El conocimiento de la fe crece, crece con el deseo de encontrar el camino, y es, finalmente, un don de Dios, que se revela a nosotros no como algo abstracto, sin rostro y sin nombre, sino que la fe responde a una Persona, que quiere entrar en una relación de amor profundo con nosotros e implicar toda nuestra vida. Por eso, cada día nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión, cada día debe ver nuestro cambio de hombre encerrado en sí mismo al hombre abierto a la acción de Dios, al hombre espiritual (cfr 1 Cor 2, 13 - 14), que se deja interpelar por la Palabra del Señor y abre la propia vida a su Amor.

Queridos hermanos y hermanas, alimentemos cada día nuestra fe, con la escucha profunda de la Palabra de Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal como “grito” hacia Él y con la caridad hacia el prójimo. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que mañana contemplaremos en su gozosa Asunción al cielo en alma y cuerpo, para que nos ayude a anunciar y testimoniar con la vida, la alegría de haber encontrado al Señor.

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