"Este relato evangélico muestra que Jesús no sólo tiene el poder de
curar el cuerpo enfermo, sino también el de perdonar los pecados; más
aún, la curación física es signo de la curación espiritual que produce
su perdón. Efectivamente, el pecado es una suerte de parálisis del
espíritu, de la que solamente puede liberarnos la fuerza del amor
misericordioso de Dios, permitiéndonos levantarnos y reanudar el camino
por la senda del bien".
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