Queridos hermanos y hermanas:
Al día siguiente de la solemne liturgia del Nacimiento del Señor, hoy celebramos la fiesta de san Esteban, diácono y primer mártir de la Iglesia. El historiador Eusebio de Cesarea lo define el «mártir perfecto» (Die Kirchengeschichte V, 2, 5: GCS II, I, Lipsia 1903, 430), porque está escrito en los Hechos de los Apóstoles: «Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo» (6, 8). San Gregorio de Nisa comenta:
Hombre de oración y de evangelización, Esteban, cuyo nombre significa «corona», recibió de Dios el don del martirio. De hecho, «lleno de Espíritu Santo (...) vio la gloria de Dios» (Hch 7, 55) y mientras lo apedreaban oraba: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7, 59). Luego, cayendo de rodillas, suplicaba el perdón para sus acusadores: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7, 60). Por eso la Iglesia oriental canta en los himnos:
Después de la generación de los Apóstoles, los mártires asumen un lugar de primer plano en la consideración de la comunidad cristiana. En los tiempos de mayor persecución, su elogio alivia el arduo camino de los fieles y anima a quienes buscan la verdad a convertirse al Señor. Por eso, la Iglesia, por disposición divina, venera las reliquias de los mártires y los honra con sobrenombres como «maestros de vida», «testigos vivos», «columnas vivas», «silenciosos mensajeros» (Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 5: PG 36, 500 c).
Queridos amigos, la verdadera imitación de Cristo es el amor, que algunos escritores cristianos han definido el «martirio secreto». A este propósito san Clemente de Alejandría escribe:
Como en la antigüedad, también hoy la sincera adhesión al Evangelio puede exigir el sacrificio de la vida y muchos cristianos en distintas partes del mundo están expuestos a la persecución y a veces al martirio. Pero, como nos recuerda el Señor, «el que persevere hasta el final, se salvará» (Mt 10, 22).
A María santísima, Reina de los mártires, dirijamos nuestra súplica para custodiar íntegra la voluntad de bien, sobre todo con respecto a quienes están contra nosotros. De modo especial encomendemos hoy a la Misericordia divina a los diáconos de la Iglesia, a fin de que, iluminados por el ejemplo de san Esteban, colaboren, según su propia misión, al compromiso de evangelización (cf. Verbum Domini, 94).
Al día siguiente de la solemne liturgia del Nacimiento del Señor, hoy celebramos la fiesta de san Esteban, diácono y primer mártir de la Iglesia. El historiador Eusebio de Cesarea lo define el «mártir perfecto» (Die Kirchengeschichte V, 2, 5: GCS II, I, Lipsia 1903, 430), porque está escrito en los Hechos de los Apóstoles: «Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo» (6, 8). San Gregorio de Nisa comenta:
«Era un hombre honrado y lleno de Espíritu Santo: con su bondad de alma cumplía el encargo de alimentar a los pobres, y con la libertad de palabra y la fuerza del Espíritu Santo cerraba la boca a los enemigos de la verdad» (Sermo in Sanctum Stephanum II: GNO X, I, Leiden 1990, 98).
Hombre de oración y de evangelización, Esteban, cuyo nombre significa «corona», recibió de Dios el don del martirio. De hecho, «lleno de Espíritu Santo (...) vio la gloria de Dios» (Hch 7, 55) y mientras lo apedreaban oraba: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7, 59). Luego, cayendo de rodillas, suplicaba el perdón para sus acusadores: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7, 60). Por eso la Iglesia oriental canta en los himnos:
«Para ti las piedras se convirtieron en peldaños y escaleras para subir al cielo (...) y te uniste jubiloso a la reunión festiva de los ángeles» (MHNAIA t. II, Roma 1889, 694.695).
Después de la generación de los Apóstoles, los mártires asumen un lugar de primer plano en la consideración de la comunidad cristiana. En los tiempos de mayor persecución, su elogio alivia el arduo camino de los fieles y anima a quienes buscan la verdad a convertirse al Señor. Por eso, la Iglesia, por disposición divina, venera las reliquias de los mártires y los honra con sobrenombres como «maestros de vida», «testigos vivos», «columnas vivas», «silenciosos mensajeros» (Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 5: PG 36, 500 c).
Queridos amigos, la verdadera imitación de Cristo es el amor, que algunos escritores cristianos han definido el «martirio secreto». A este propósito san Clemente de Alejandría escribe:
«Quienes ponen en práctica los mandamientos del Señor dan testimonio de él en toda acción, pues hacen lo que él quiere e invocan fielmente el nombre del Señor» (Stromatum IV, 7, 43, 4: SC 463, París 2001, 130).
Como en la antigüedad, también hoy la sincera adhesión al Evangelio puede exigir el sacrificio de la vida y muchos cristianos en distintas partes del mundo están expuestos a la persecución y a veces al martirio. Pero, como nos recuerda el Señor, «el que persevere hasta el final, se salvará» (Mt 10, 22).
A María santísima, Reina de los mártires, dirijamos nuestra súplica para custodiar íntegra la voluntad de bien, sobre todo con respecto a quienes están contra nosotros. De modo especial encomendemos hoy a la Misericordia divina a los diáconos de la Iglesia, a fin de que, iluminados por el ejemplo de san Esteban, colaboren, según su propia misión, al compromiso de evangelización (cf. Verbum Domini, 94).
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