Viaje a Lamezia Terme |
Benedicto XVI comenta la imagen del banquete que aparece en Is 25,6-9 y Mt 22, 1-14: "Todos nosotros
somos invitados a ser comensales del Señor, a entrar con la fe en su
banquete, pero debemos llevar y custodiar el vestido de bodas, la
caridad, vivir un profundo amor a Dios y al prójimo".
A pesar de las dificultades y problemas anima a no ceder "nunca a la tentación del pesimismo y de cerraros en vosotros mismos" y seguir con el compromiso de evangelización. A los sacerdotes les pide que cultiven la vida interior y a las familias: ¡no tengáis
miedo de vivir y dar testimonio de la fe en los distintos ámbitos de la
sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana!
¡Queridos hermanos y hermanas!
Es grande mi alegría de poder partir con vosotros el pan de la
Palabra de Dios y de la Eucaristía. Estoy contento de estar por primera
vez aquí en Calabria y de encontrarme en esta Ciudad de Lamezia Terme.
Os doy mi cordial saludo a todos vosotros que habéis venido tan
numerosos y os doy las gracias por vuestra calurosa acogida. Saludo en
particular a vuestro pastor, monseñor Luigi Antonio Cantafora, y le doy
las gracias por las corteses palabras de bienvenida que me ha dirigido
en nombre de todos. Saludo también a los arzobispos y a los obispos
presentes, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los
representantes de las Asociaciones y de los Movimientos eclesiales.
Dirijo un pensamiento deferente al alcalde, Prof. Gianni Speranza,
agradecido por el cortés discurso de saludo, al representante del
Gobierno y a las autoridades civiles y militares, que con su presencia
han querido honrar este encuentro nuestro. Un agradecimiento especial a
cuantos han colaborado generosamente a la realización de mi Visita
Pastoral.
La liturgia de este domingo nos propone una parábola que habla de un
banquete de bodas al que muchos son invitados. La primera lectura,
tomada del libro de Isaías, prepara este tema, porque habla del banquete
de Dios. Es una imagen – la del banquete – usada a menudo en las
Escrituras para indicar la alegría en la comunión y en la abundancia de
los dones del Señor, y deja intuir algo de la fiesta de Dios con la
humanidad, como describe Isaías:“El Señor de los ejércitos ofrecerá a
todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos,
un banquete de vinos añejados”(Is 25,6). El profeta añade que la
intención de Dios es la de poner fin a la tristeza y a la vergüenza;
quiere que todos los hombres vivan felices en el amor hacia Él y en la
comunión recíproca; su proyecto entonces es el de eliminar la muerte
para siempre, de enjugar las lágrimas de todos los rostros, de hacer
desaparecer la condición deshonrosa de su pueblo, como hemos escuchado
(vv. 7-8). Todo esto suscita profunda gratitud y esperanza: “Ahí está
nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor, en quien
nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!”(v.
9).
Jesús en el Evangelio nos habla de la respuesta que se da a la
invitación de Dios – representado por un rey – a participar en este
banquete suyo (cfr Mt 22,1-14). Los invitados son muchos, pero sucede
algo inesperado: rehúsan participar en la fiesta, tienen otras cosas que
hacer; al contrario, algunos muestran despreciar la invitación. Dios es
generoso hacia nosotros, nos ofrece su amistad, sus dones, su alegría,
pero a menudo nosotros no acogemos sus palabras, mostramos más interés
por otras cosas, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones
materiales, nuestros intereses. La invitación del rey encuentra incluso
reacciones hostiles, agresivas. Pero esto no frena su generosidad. Él no
se desanima, y manda a sus siervos a invitar a muchas otras personas.
El rechazo de los primeros invitados tiene como efecto la extensión de
la invitación a todos, también a los más pobres, abandonados y
desheredados. Los siervos reúnen a todos los que encuentran, y la sala
se llena: la bondad del rey no tiene límites, y a todos se les da la
posibilidad de responder a su llamada. Pero hay una condición para
quedarse en este banquete de bodas: llevar el vestido de bodas. Y
entrando en la sala, el rey advierte que uno no ha querido ponérselo y,
por esta razón, es excluido de la fiesta. Quisiera detenerme un momento
sobre este punto con una pregunta: ¿cómo es posible que este comensal
haya aceptado la invitación del rey y, al entrar en la sala del
banquete, se le ha abierto la puerta, pero no se ha puesto el vestido de
bodas? ¿Qué es este vestido de bodas? En la Misa in Coena Domini
de este año, hice referencia a un bello comentario de san Gregorio
Magno a esta parábola. Él explica que ese comensal ha respondido a la
invitación de Dios a participar en su banquete, tiene, en cierto modo,
la fe que le ha abierto la puerta de la sala, pero le falta algo
esencial: el vestido de bodas, que es la caridad, el amor. Y san
Gregorio añade: "Cada uno de vosotros, por tanto, que en la Iglesia
tiene fe en Dios ya ha tomado parte en el banquete de bodas, pero no
puede decir que lleva vestido de bodas si no custodia la gracia de la
Caridad” (Homilía 38,9: PL 76,1287). Y este vestido está tejido
simbólicamente por dos leños, uno arriba y el otro abajo: el amor de
Dios y el amor del prójimo (cfr ibid.,10: PL 76,1288). Todos nosotros
somos invitados a ser comensales del Señor, a entrar con la fe en su
banquete, pero debemos llevar y custodiar el vestido de bodas, la
caridad, vivir un profundo amor a Dios y al prójimo.
¡Queridos hermanos y hermanas! He venido para compartir con vosotros
las alegrías y esperanzas, las fatigas y empeños, los ideales y
aspiraciones de esta comunidad diocesana. Sé que os habéis preparado a
esta Visita con un intenso camino espiritual, adoptando como lema un
versículo de los Hechos de los Apóstoles: “¡En el nombre de Jesucristo
de Nazaret, levántate y camina!”(3,6). Sé que tampoco en Lamezia Terme,
como en toda la Calabria, faltan dificultades, problemas y
preocupaciones. Si observamos esta bella región, reconocemos en ella una
tierra sísmica no sólo desde el punto de vista geológico, sino también
desde un punto de vista estructural, comportamental y social; es decir,
una tierra donde los problemas se presentan de forma aguda y
desestabilizadora; una tierra donde el desempleo es preocupante, donde
una criminalidad a menudo atroz hiere el tejido social, una tierra en la
que se tiene la continua sensación de estar en emergencia. A la
emergencia, vosotros los calabreses habéis sabido responder con una
preparación y una disponibilidad sorprendentes, con una extraordinaria
capacidad de adaptación a los problemas. Estoy seguro de que sabréis
superar las dificultades de hoy para preparar un futuro mejor. No cedáis
nunca a la tentación del pesimismo y de cerraros en vosotros mismos.
Recurrid a los recursos de vuestra fe y de vuestras capacidades humanas;
esforzaos en crecer en la capacidad de colaborar, de cuidar del otro y
de todo bien público, custodiad el vestido de bodas del amor; perseverad
en el testimonio de los valores humanos y cristianos tan profundamente
arraigados en la fe y en la historia de este territorio y de su
población.
¡Queridos amigos! Mi visita se coloca casi al final del camino
emprendido por esta Iglesia local con la redacción del proyecto pastoral
quinquenal. Deseo dar gracias con vosotros al Señor por el provechoso
camino recorrido y por tantas semillas de bien sembradas, que permiten
esperar bien para el futuro. Para afrontar la nueva realidad social y
religiosa, distinta del pasado, quizás más llena de dificultades, pero
también más rica en potencialidades, es necesario un trabajo pastoral
moderno y orgánico que comprometa en torno al obispo a todas las fuerzas
cristianas: sacerdotes, religiosos y laicos, animados por el compromiso
común de evangelización. Al respecto, he sabido con favor del esfuerzo
actual por ponerse a la escucha atenta y perseverante de la Palabra de
Dios, a través de la promoción de encuentros mensuales en diversos
centros de la Diócesis y la difusión de la práctica de la Lectio divina.
También oportuna es la Escuela de Doctrina Social de la Iglesia, tanto
por la calidad articulada de la propuesta como por su divulgación
capilar. Auguro vivamente que de estas iniciativas brote una nueva
generación de hombres y mujeres capaces de promover no tanto intereses
parciales, sino el bien común. Deseo también alentar y bendecir los
esfuerzos de cuantos, sacerdotes y laicos, están comprometidos en la
formación de las parejas cristianas al matrimonio y a la familia, con el
fin de dar una respuesta evangélica y competente a los muchos retos
contemporáneos en el campo de la familia y de la vida.
Conozco, además, el celo y la dedicación con que los sacerdotes
llevan a cabo su servicio pastoral, como también el trabajo de formación
sistemático e incisivo dirigido a ellos, en particular hacia los más
jóvenes. Queridos sacerdotes, os exhorto a arraigar cada vez más vuestra
vida espiritual en el Evangelio, cultivando la vida interior, una
intensa relación con Dios y alejándoos con decisión de una cierta
mentalidad consumista y mundana, que es una tentación constante en la
realidad en que vivimos. Aprender a crecer en la comunión entre vosotros
y con el obispo, entre vosotros y los fieles laicos, favoreciendo la
estimación y la colaboración recíprocas: de ello vendrán sin duda
múltiples beneficios tanto para la vida de las parroquias como para la
misma vida social. Sabed valorar, con discernimiento, según los
conocidos criterios de eclesialidad, los grupos y movimientos: estos
deben integrarse bien dentro de la pastoral ordinaria de la diócesis y
de las parroquias, en un profundo espíritu de comunión.
A vosotros, fieles laicos, jóvenes y familias, os digo: ¡no tengáis
miedo de vivir y dar testimonio de la fe en los distintos ámbitos de la
sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana! Tenéis
todos los motivos para mostraros fuertes, confiados y valientes, y esto
gracias a la fe y a la fuerza de la caridad. Y cuando encontréis la
oposición del mundo, haced vuestras las palabras del Apóstol: “Todo lo
puedo en aquel que me conforta” (Fil 4,13). Así como se comportaron los
santos y las santas, florecidos, en el transcurso de los siglos, en toda
la Calabria. Que ellos os custodien siempre unidos y alimenten en cada
uno el deseo de proclamar, con las palabras y con las obras, la
presencia y el amor de Cristo. Que la Marde de Dios, tan venerada por
vosotros, os asista y os conduzca al profundo conocimiento de su Hijo.
¡Amén!