El punto de partida de la homilía del Santo Padre es la crisis de fe que sufrió el pueblo hebreo en el exilio ha Babilonia, esto le de pie a preguntarse: "¿Por qué
sobrevino esta calamidad? ¿Acaso Dios no era verdaderamente poderoso?". La respuesta está en el don de la libertad. "Para que el poder de su
misericordia pueda alcanzar nuestros corazones, es necesario que nos
abramos a Él, que estemos dispuestos a abandonar el mal, a superar la
indiferencia y a dar cabida a su Palabra. Dios respeta nuestra libertad.
No nos coacciona".
Posteriormente comenta "la parábola de los dos hijos enviados por el padre a
trabajar en la viña", en la que analiza la actitud de los hijos. El mensaje "es claro: no cuentan las palabras, sino
las obras, los hechos de conversión y de fe". La postura de los publicanos y las prostitutas las identifica con "los agnósticos que no encuentran la paz por la cuestión de Dios" que están más cercanos que aquellos que viven con rutina su fe y que no renuevan su conversión. Sin embargo, "la renovación de la Iglesia puede
llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y
una fe renovada". Y por supuesto, "la vida cristiana debe medirse continuamente con Cristo". Para ello, se debe vivir unidos y con espíritu humilde: "las personas
humildes tienen los pies en la tierra. Pero, sobre todo, escuchan a
Cristo, la Palabra de Dios, que renueva sin cesar a la Iglesia y a cada
uno de sus miembros".
Queridos hermanos y hermanas
Me emociona celebrar aquí, una vez más, la Eucaristía, la Acción de
Gracias, con tanta gente llegada de distintas partes de Alemania y de
los países limítrofes. Dirijamos nuestro agradecimiento sobre todo a
Dios, en el cual vivimos y nos movemos. También a todos vosotros por
vuestra oración por el Sucesor de Pedro, para que siga ejerciendo su
ministerio con alegría y esperanza confiada, confirmando a los hermanos
en la fe.
"Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la
misericordia…", hemos dicho en la oración colecta. En la primera
lectura, hemos escuchado cómo Dios ha manifestado en la historia de
Israel el poder de su misericordia. La experiencia del exilio en
Babilonia había hecho caer al pueblo en una crisis de fe: ¿Por qué
sobrevino esta calamidad? ¿Acaso Dios no era verdaderamente poderoso?
Ante todas las cosas terribles que suceden hoy en el mundo, hay
teólogos que dicen que Dios no puede ser omnipotente. Frente a esto,
profesamos nuestra fe en Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la
tierra. Nos alegramos y agradecemos que Él sea todopoderoso. Pero, al
mismo tiempo, debemos darnos cuenta de que Él ejerce su poder de manera
distinta a como suelen hacer los hombres. Él mismo ha puesto un límite a
su poder al reconocer la libertad de sus criaturas. Estamos alegres y
agradecidos por el don de la libertad. Sin embargo, cuando vemos las
cosas tremendas que suceden por su causa, nos asustamos. Confiemos en
Dios, cuyo poder se manifiesta sobre todo en la misericordia y el
perdón. Queridos hermanos, no dudemos de que Dios desea la salvación de
su pueblo. Desea nuestra salvación. Siempre, y sobre todo en los tiempos
de peligro y de cambio radical, Él nos acompaña, su corazón se conmueve
por nosotros, se inclina sobre nosotros. Para que el poder de su
misericordia pueda alcanzar nuestros corazones, es necesario que nos
abramos a Él, que estemos dispuestos a abandonar el mal, a superar la
indiferencia y a dar cabida a su Palabra. Dios respeta nuestra libertad.
No nos coacciona.
Jesús retoma en el Evangelio este tema fundamental de la predicación
profética. Narra la parábola de los dos hijos enviados por el padre a
trabajar en la viña. El primer hijo responde: "«No quiero». Pero después
se arrepintió y fue" (Mt 21, 29). El otro, sin embargo, dijo al padre: "«Voy, señor». Pero no fue" (Mt 21,
30). A la pregunta de Jesús, sobre quién de los dos ha hecho la
voluntad del padre, los que le escuchaban responden: "El primero" (Mt 21,
31). El mensaje de la parábola es claro: no cuentan las palabras, sino
las obras, los hechos de conversión y de fe. Jesús dirige este mensaje a
los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, a los que
entienden de religión en el pueblo de Israel. En un primer momento,
ellos dicen "sí" a la voluntad de Dios, pero su religiosidad acaba
siendo una rutina, y Dios ya no les inquieta. Por esto perciben el
mensaje de Juan el Bautista y de Jesús como una molestia. Así, el Señor
concluye su parábola con palabras drásticas: "Los publicanos y las
prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino
Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis;
en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aun después
de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis" (Mt 21,
31-32). Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría
sonar más o menos así: los agnósticos que no encuentran paz por la
cuestión de Dios; las personas que sufren a causa de nuestros pecados y
tienen deseo de un corazón puro, están más cercanos al Reino de Dios que
los fieles rutinarios, que ya solamente ven en la Iglesia el boato, sin
que su corazón quede tocado por la fe.
De este modo, la palabra de Jesús nos debe hacer reflexionar, es más,
nos debe impactar a todos. Sin embargo, esto no significa en modo
alguno que todos los que viven en la Iglesia y trabajan en ella deban
ser considerados alejados de Jesús y del Reino de Dios. No,
absolutamente no. En este momento, más bien debemos dirigir una palabra
de profundo agradecimiento a tantos colaboradores, empleados y
voluntarios, sin los cuales sería impensable la vida en las parroquias y
en toda la Iglesia. La Iglesia en Alemania tiene muchas instituciones
sociales y caritativas, en las cuales el amor por el prójimo se lleva a
cabo de una forma socialmente eficaz y que llega a los confines de la
tierra. Quisiera expresar mi gratitud y aprecio a todos aquellos que
colaboran en Caritas alemana o en otras organizaciones, o que
generosamente ponen a disposición su tiempo y sus fuerzas para las
tareas de voluntariado en la Iglesia. Este servicio requiere, ante todo,
una competencia objetiva y profesional. Pero en el espíritu de la
enseñanza de Jesús se necesita algo más: un corazón abierto, que se deja
conmover por el amor de Cristo, y así presta al prójimo que nos
necesita más que un servicio técnico: amor, con el que se muestra al
otro el Dios que ama, Cristo. Entonces preguntémonos: ¿Cómo es mi
relación personal con Dios, en la oración, en la participación a la Misa
dominical, en la profundización de la fe mediante la meditación de la
Sagrada Escritura y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica?
Queridos amigos, en último término, la renovación de la Iglesia puede
llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y
una fe renovada.
En el Evangelio de este domingo se habla de dos hijos, tras los
cuales, está de modo misterioso un tercero. El primer hijo dice no, pero
hace lo que se le ordena. El segundo dice sí, pero no cumple la
voluntad del padre. El tercero dice "sí" y hace lo que se le ordena.
Este tercer hijo es el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, que nos ha
reunido a todos aquí. Jesús, entrando en el mundo, dijo: "He aquí que
vengo… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad" (Hb 10, 7). Este
"sí", no solamente lo pronunció, sino que también lo cumplió. En el
himno cristológico de la segunda lectura se dice: "El cual, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al
contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho
semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su
presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una
muerte de cruz" (Flp 2, 6-8). En la humildad y la obediencia,
Jesús ha cumplido la voluntad del Padre, ha muerto en la cruz por sus
hermanos y hermanas y nos ha redimido de nuestra soberbia y obstinación.
Démosle gracias por su sacrificio, doblemos nuestra rodilla ante su
Nombre y proclamemos junto con los discípulos de la primera generación:
"Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 10).
La vida cristiana debe medirse continuamente con Cristo: "Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús" (Flp 2,
5), escribe san Pablo en la introducción al himno cristológico. Algunos
versículos antes, había exhortado: "Si queréis darme el consuelo de
Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y
tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y
concordes con un mismo amor y un mismo sentir" (Flp 2, 1-2).
Como Cristo estaba totalmente unido al Padre y le obedecía, así sus
discípulos deben obedecer a Dios y tener entre ellos un mismo sentir.
Queridos amigos, con Pablo me atrevo a exhortaros: Dadme esta gran
alegría estando firmemente unidos a Cristo. La Iglesia en Alemania
superará los grandes desafíos del presente y del futuro y seguirá siendo
fermento en la sociedad, si los sacerdotes, las personas consagradas y
los laicos que creen en Cristo, fieles a su vocación especifica,
colaboran juntos; si las parroquias, las comunidades y los movimientos
se sostienen y se enriquecen mutuamente; si los bautizados y
confirmados, en comunión con su obispo, tienen alta la antorcha de una
fe inalterada y dejan que ella ilumine sus ricos conocimientos y
capacidades. La Iglesia en Alemania seguirá siendo una bendición para la
comunidad católica mundial, si permanece fielmente unida a los
sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, si de diversos modos cuida la
colaboración con los países de misión y se deja también "contagiar" en
esto por la alegría en la fe de las iglesias jóvenes.
Pablo une la llamada a la humildad con la exhortación a la unidad:
"No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la
humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros
intereses, sino buscad todos el interés de los demás" (Flp 2,
3-4). La vida cristiana es una pro-existencia: un ser para el otro, un
compromiso humilde para con el prójimo y con el bien común. Queridos
fieles, la humildad es una virtud que hoy no goza de gran estima, pero
los discípulos del Señor saben que esta virtud es, por decirlo así, el
aceite que hace fecundos los procesos de diálogo, fácil la colaboración y
cordial la unidad. Humilitas, la palabra latina para "humildad", está relacionada conhumus, es
decir con la adherencia a la tierra, a la realidad. Las personas
humildes tienen los pies en la tierra. Pero, sobre todo, escuchan a
Cristo, la Palabra de Dios, que renueva sin cesar a la Iglesia y a cada
uno de sus miembros.
Pidamos a Dios el ánimo y la humildad de avanzar por el camino de la
fe, de alcanzar la riqueza de su misericordia y de tener la mirada fija
en Cristo, la Palabra que hace nuevas todas las cosas, que para nosotros
es "Camino, Verdad y Vida" (Jn 14, 6), que es nuestro futuro. Amén.
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