Queridos novios,
Estoy contento de concluir esta intensa jornada, culmen del Congreso
Eucarístico Nacional, encontrándome con vosotros, casi como queriendo
confiar la herencia de este acontecimiento de gracia a vuestras jóvenes
vidas. Por lo demás, la Eucaristía, don de Cristo para la salvación del
mundo, indica y contiene el horizonte más verdadero de la experiencia
que estáis viviendo: el amor de Cristo como plenitud del amor humano.
Doy las gracias al arzobispo de Ancona-Osimo, monseñor Edoardo
Menichelli, por su cordial saludo, y a todos vosotros por esta viva
participación; gracias también por las palabras que me habéis dirigido y
que yo acojo confiando en la presencia en medio de nosotros del Señor
Jesús: ¡sólo Él tiene palabras de vida eterna, palabras de vida para
vosotros y para vuestro futuro!
Los que planteáis son interrogantes que, en el actual contexto
social, asumen un peso aún mayor. Quisiera ofreceros sólo alguna
orientación para una respuesta. Para estos aspectos, el nuestro es un
tiempo no fácil, sobre todo para vosotros los jóvenes. La mesa está
repleta de muchas cosas deliciosas, pero, como en el episodio evangélico
de las bodas de Caná, parece que haya faltado el vino de la fiesta.
Sobre todo, la dificultad de encontrar un trabajo estable extiende un
velo de incertidumbre sobre el futuro. Esta condición contribuye a dejar
para más adelante la asunción de decisiones definitivas, e incide en
modo negativo sobre el crecimiento de la sociedad, que no consigue
valorar plenamente la riqueza de energías, de competencias y de
creatividad de vuestra generación.
Falta el vino de la fiesta también a una cultura que tiende a
prescindir de claros criterios morales: en la desorientación, cada uno
se ve empujado a moverse de forma individual y autónoma, a menudo solo
en el perímetro del presente. La fragmentación del tejido comunitario se
refleja en un relativismo que oculta los valores esenciales; la
consonancia de sensaciones, de estados de ánimo y de emociones parece
más importante que compartir un proyecto de vida. También las decisiones
de fondo se vuelven frágiles, expuestas a una perenne revocabilidad,
que a menudo se considera expresión de libertad, mientras que señala más
bien su carencia. Pertenece a una cultura privada del vino de la fiesta
también la aparente exaltación del cuerpo, que en realidad banaliza la
sexualidad y tiende a hacerla vivir fuera de un contexto de comunión de
vida y de amor.
¡Queridos jóvenes, no tengáis miedo de afrontar estos desafíos! No
perdáis nunca la esperanza. Tened valor, también en las dificultades,
permaneciendo firmes en la fe. Estad seguros de que, en toda
circunstancia, sois amados y custodiados por el amor de Dios, que es
nuestra fuerza. Por esto es importante que el encuentro con Él, sobre
todo en la oración personal y comunitaria, sea constante, fiel,
precisamente como el camino de vuestro amor: amar a Dios y sentir que Él
me ama. ¡Nada nos puede separar del amor de Dios! Estad seguros,
además, de que también la Iglesia está cerca de vosotros, os apoya, no
deja de miraros con gran confianza. Ella sabe que tenéis sed de valores,
los verdaderos, sobre los que vale la pena construir vuestra casa. El
valor de la fe, de la persona, de la familia, de las relaciones humanas,
de la justicia. No os desaniméis ante las carencias que parecen apagar
la alegría en la mesa de la vida. En las bodas de Caná, cuando faltó el
vino, María invitó a los siervos a dirigirse a Jesús y les dio una
indicación precisa: “Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
Atesorad estas palabras, las últimas de María recogidas en los
Evangelios, casi un testamento espiritual, y tendréis siempre la alegría
de la fiesta: ¡Jesús es el vino de la fiesta!
Como novios os encontráis viviendo una etapa única, que abre a la
maravilla del encuentro y que hace descubrir la belleza de existir y de
ser preciosos para alguien, de poderos decir recíprocamente: tu eres
importante para mí. Vivid con intensidad, gradualidad y verdad este
camino. ¡No renunciéis a perseguir un ideal alto de amor, reflejo y
testimonio del amor de Dios! ¿Pero cómo vivir esta fase de vuestra vida,
dar testimonio del amor en la comunidad? Quisiera ante todo deciros que
evitéis encerraros en relaciones intimistas, falsamente
tranquilizadoras; haced más bien que vuestra relación se convierta en
levadura de una presencia activa y responsable en la comunidad. No
olvidéis, además, que para ser auténtico, también el amor requiere un
camino de maduración: a partir de la atracción inicial y del “sentirse
bien” con el otro, educaos a “querer bien” al otro, a “querer el bien”
del otro. El amor vive de gratuidad, de sacrificio de si, de perdón y de
respeto del otro.
Queridos amigos, todo amor humano es signo del Amor eterno que nos ha
creado, y cuya gracia santifica la decisión de un hombre y de una mujer
de entregarse recíprocamente la vida en el matrimonio. Vivid este
tiempo del noviazgo en la espera confiada de este don, que debe ser
acogido recorriendo un camino de conocimiento, de respeto, de atenciones
que no debéis extraviar nunca: sólo con esta condición el lenguaje del
amor será siendo significativo también con el paso de los años. Educaos,
por tanto, desde ahora a la libertad de la fidelidad, que lleva a
custodiarse mutuamente, hasta vivir el uno para el otro. Preparaos para
elegir con convicción el "para siempre" que distingue al amor: la
indisolubilidad, antes que una condición, es un don que debe deseasrse,
pedirse y vivirse, más allá de cualquier situación humana cambiante. Y
no penséis, según una mentalidad difundida, que la convivencia sea una
garantía para el futuro. Quemar etapas acaba por “quemar” el amor, que
el cambio necesita respetar los tiempos y la gradualidad en las
expresiones; necesita dar espacio a Cristo, que es capaz de hacer un
amor humano fiel, feliz e indisoluble. La fidelidad y la continuidad de
vuestro querer os harán capaces también de estar abiertos a la vida, de
ser padres:la estabilidad de vuestra unión en el Sacramento del
Matrimonio permitirá a los hijos que Dios quiera daros crecer confiados
en la bondad de la vida. Fidelidad, indisolubilidad y transmisión de la
vida son los pilares de toda familia, verdadero bien común, patrimonio
precioso para toda la sociedad. Desde ahora, fundad sobre ellos vuestro
camino hacia el matrimonio y dad testimonio de él también a vuestros
coetáneos: ¡es un servicio precioso! Sed agradecidos a cuantos con
compromiso, competencia y disponibilidad os acompañan en la formación:
son signo de la atención y del cuidado que la comunidad cristiana os
reserva. No estáis solos: buscad y acoged en primer lugar la compañía de
la Iglesia.
Quisiera volver aún sobre un punto esencial: la experiencia del amor
tiene dentro de sí la tensión hacia Dios. ¡El verdadero amor promete lo
infinito! Haced, por tanto, de este tiempo vuestro de preparación al
matrimonio un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja
la centralidad de Jesucristo y del caminar en la Iglesia. María nos
enseña que el bien de cada uno depende del escuchar con docilidad la
palabra del Hijo. En quien se fía de Él, el agua de la vida cotidiana se
transforma en el vino de un amor que hace buena, bella y fecunda la
vida. Caná, de hecho, es anuncio y anticipación del don del vino nuevo
de la Eucaristía, sacrificio y banquete en el que el Señor nos alcanza,
nos renueva y nos transforma. No descuidéis la importancia vital de este
encuentro; que la asamblea litúrgica dominical os encuentre plenamente
partícipes: de la Eucaristía brota el sentido cristiano de la existencia
y una forma nueva de vivir (cfr Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis,
72-73). No tendréis, entonces, miedo de asumir la comprometida
responsabilidad de la elección conyugal; no temeréis entrar en este
"gran misterio", en el que dos personas se hacen una sola carne (cfr Ef 5,31-32).
Queridísimos jóvenes, os confío a la protección de san José y de
María Santísima; siguiendo la invitación de la Virgen Madre – "Haced lo
que él os diga" – no os faltará el gusto de la verdadera fiesta y
sabréis llevar el "vino" mejor, el que Cristo da para la Iglesia y para
el mundo. Quisiera deciros que yo también estoy cerca de vosotros y de
quienes, como vosotros, viven este maravilloso camino del amor. ¡Os
bendigo de todo corazón!
[Traducción del italiano por Inma Álvarez]
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