Tema: Santidad
"Hoy tenemos el gozo de encontrarnos en
la solemnidad de Todos los Santos. Esta fiesta nos hace reflexionar
sobre el doble horizonte de la humanidad, que expresamos simbólicamente
con las palabras “tierra” y “cielo”: la tierra representa el camino
histórico, el cielo la eternidad, la plenitud de la vida en Dios".
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy tenemos el gozo de encontrarnos en
la solemnidad de Todos los Santos. Esta fiesta nos hace reflexionar
sobre el doble horizonte de la humanidad, que expresamos simbólicamente
con las palabras “tierra” y “cielo”: la tierra representa el camino
histórico, el cielo la eternidad, la plenitud de la vida en Dios. Así
esta fiesta nos hace pensar en la Iglesia en su doble dimensión: la
Iglesia en camino en el tiempo es aquella que celebra la fiesta sin fin,
la Jerusalén celestial. Estas dos dimensiones están unidas por la
realidad de la «comunión de los santos»: una realidad que comienza aquí
sobre la tierra y alcanza su cumplimiento en el Cielo. En el mundo
terrenal, la Iglesia es el inicio de este misterio de comunión que une
la humanidad, un misterio totalmente centrado sobre Jesucristo: es Él
quien ha introducido en el género humano esta dinámica nueva, un
movimiento que lo conduce hacia Dios y al mismo tiempo hacia la unidad,
hacia la paz en sentido profundo. Jesucristo - dice el Evangelio de Juan
(Jn 11,52) - ha muerto « para congregar en la unidad a los hijos de Dios
que estaban dispersos», y ésta su obra continua en la Iglesia que es
inseparablemente «una», «santa» y «católica». Ser cristianos, formar
parte de la Iglesia significa abrirse a esta comunión, como una semilla
que se abre en la tierra, muriendo, y germina hacia lo alto, hacia el
cielo.
Los Santos - aquellos que la Iglesia proclama como tales, pero
también todos los santos y las santas que sólo Dios conoce, y que
también hoy celebramos - han vivido intensamente esta dinámica. En cada
uno de ellos, de manera personal, se ha hecho presente Cristo, gracias a
su Espíritu que obra mediante la Palabra y los Sacramentos. De hecho,
el estar unidos a Cristo, en la Iglesia, no anula la personalidad, sino
la abre, la transforma con la fuerza del amor, y le confiere, ya aquí
sobre la tierra, una dimensión eterna. En resumen, significa reproducir
la imagen del Hijo de Dios (cfr Rm 8,29), realizando el proyecto de Dios
que ha creado al hombre a su imagen y semejanza. Pero este insertarse
en Cristo se abre - como decíamos - también a la comunión con todos los
otros miembros de su Cuerpo místico que es la Iglesia, una comunión que
es perfecta en el «Cielo», donde no hay algún aislamiento, alguna
competencia o separación.
En la fiesta de hoy, pregustamos la belleza de
esta vida de total apertura a la mirada de amor de Dios y de los
hermanos, en la que estamos seguros de alcanzar a Dios en el otro y el
otro en Dios. Con esta fe llena de esperanza veneramos a todos los
santos, y nos preparamos a conmemorar mañana a los fieles difuntos. En
los santos vemos la victoria del amor sobre el egoísmo y sobre la
muerte: vemos que seguir a Cristo lleva a la vida, a la vida eterna, y
da sentido al presente, a cada instante que pasa, porque lo llena de
amor, de esperanza. Sólo la fe en la vida eterna nos hace amar
verdaderamente la historia y el presente, pero sin ataduras, en la
libertad del peregrino, que ama la tierra porque tiene el corazón en el
Cielo.
Que la Virgen María nos obtenga la gracia de creer fuertemente
en la vida eterna y de sentirnos en verdadera comunión con nuestros
queridos difuntos.
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