Homilía - Santa Misa y Canonización de los beatos Santiago Berthieu, Pedro Calungsod, Juan Bautista Piamarta, Carmen Sallés y Barangueras, Mariana Cope, Catalina Tekakwitha, Ana Schäffer (Plaza de San Pedro, 21 de octubre de 2012)
Tema: Vida de fe y oración de los 7 nuevos santos
"Queridos hermanos y hermanas, estos nuevos santos, diferentes por
origen, lengua, nación y condición social, están unidos con todo el
Pueblo de Dios en el misterio de la salvación de Cristo, el Redentor.
Junto a ellos, también nosotros reunidos aquí con los Padres sinodales,
procedentes de todas las partes del mundo, proclamamos con las palabras
del salmo que el Señor «es nuestro auxilio y nuestro escudo», y le
pedimos: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo
esperamos de ti» (Sal 32,20-22)".
Venerados Hermanos,
queridos hermanos y hermanas.
queridos hermanos y hermanas.
Hoy la Iglesia escucha una vez más estas palabras de Jesús,
pronunciadas durante el camino hacia Jerusalén, donde tenía que
cumplirse su misterio de pasión, muerte y resurrección. Son palabras que
manifiestan el sentido de la misión de Cristo en la tierra,
caracterizada por su inmolación, por su donación total. En este tercer
domingo de octubre, en el que se celebra la Jornada Mundial de las
Misiones, la Iglesia las escucha con particular intensidad y reaviva la
conciencia de vivir completamente en perenne actitud de servicio al
hombre y al Evangelio, como Aquel que se ofreció a sí mismo hasta el
sacrificio de la vida.
Saludo cordialmente a todos vosotros, que llenáis la Plaza de San
Pedro, en particular a las delegaciones oficiales y a los peregrinos
venidos para festejar a los siete nuevos santos. Saludo con afecto a los
cardenales y obispos que en estos días están participando en la
Asamblea sinodal sobre la Nueva Evangelización. Se da una feliz
coincidencia entre la celebración de esta Asamblea y la Jornada
Misionera; y la Palabra de Dios que hemos escuchado resulta iluminadora
para ambas. Ella nos muestra el estilo del evangelizador, llamado a dar
testimonio y a anunciar el mensaje cristiano conformándose a Jesucristo,
llevando su misma vida. Esto vale tanto para la misión ad gentes como para la nueva evangelización en las regiones de antigua tradición cristiana.
El hijo del hombre ha venido a servir y dar su vida en rescate por la multitud (cf. Mc 10,45).
Estas palabras han constituido el programa de vida de los siete
beatos que hoy la Iglesia inscribe solemnemente en el glorioso coro de
los santos. Con valentía heroica gastaron su existencia en una total
consagración a Dios y en un generoso servicio a los hermanos. Son hijos e
hijas de la Iglesia, que escogieron una vida de servicio siguiendo al
Señor. La santidad en la Iglesia tiene siempre su fuente en el misterio
de la Redención, que ya el profeta Isaías prefigura en la primera
lectura: el Siervo del Señor es el Justo que «justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos» (Is 53,11); este siervo es
Jesucristo, crucificado, resucitado y vivo en la gloria. La canonización
que estamos celebrando constituye una elocuente confirmación de esta
misteriosa realidad salvadora. La tenaz profesión de fe de estos siete
generosos discípulos de Cristo, su configuración al Hijo del hombre,
resplandece hoy en toda la Iglesia.
Jacques Berthieu, nacido en 1838 en Francia, fue desde muy
temprano un enamorado de Jesucristo. Durante su ministerio parroquial,
deseó ardientemente salvar a las almas. Al profesar como jesuita, quería
recorrer el mundo para la gloria de Dios. Pastor infatigable en la isla
de Santa María y después en Madagascar, luchó contra la injusticia,
aliviando a los pobres y los enfermos. Los malgaches lo consideraban
como un sacerdote venido del cielo, y decían: tú eres nuestro padre y madre. Él se hizo todo para todos,
sacando de la oración y el amor al Corazón de Jesús la fuerza humana y
sacerdotal para llegar hasta el martirio, en 1896. Murió diciendo: Prefiero morir antes que renunciar a mi fe. Queridos
amigos, que la vida de este evangelizador sea un acicate y un modelo
para los sacerdotes, para que sean hombres de Dios como él. Que su
ejemplo ayude a los numerosos cristianos que hoy en día son perseguidos a
causa de su fe. Que su intercesión, en este Año de la fe, sea fructuosa para Madagascar y el continente africano. Que Dios bendiga al pueblo malgache.
Pedro Calungsod nació alrededor del año 1654, en la región de
Bisayas en Filipinas. Su amor a Cristo lo impulsó a prepararse como
catequista con los misioneros jesuitas. En el año 1668, junto con otros
jóvenes catequistas, acompañó al Padre Diego Luis de San Vítores a las
Islas Marianas, para evangelizar al pueblo Chamorro. La vida allí era
dura y los misioneros sufrieron la persecución a causa de la envidia y
las calumnias. Pedro, sin embargo, mostró una gran fe y caridad y
continuó catequizando a sus numerosos convertidos, dando testimonio de
Cristo mediante una vida de pureza y dedicación al Evangelio. Por encima
de todo estaba su deseo de salvar almas para Cristo, y esto le llevó a
aceptar con resolución el martirio. Murió el 2 de abril de 1672. Algunos
testigos cuentan que Pedro pudo haber escapado para ponerse a salvo,
pero eligió permanecer al lado del Padre Diego. El sacerdote le dio a
Pedro la absolución antes de que él mismo fuera asesinado. Que el
ejemplo y el testimonio valeroso de Pedro Calungsod inspire al querido
pueblo filipino para anunciar con ardor el Reino y ganar almas para
Dios.
Giovanni Battista Piamarta, sacerdote de la diócesis de Brescia,
fue un gran apóstol de la caridad y de la juventud. Percibía la
exigencia de una presencia cultural y social del catolicismo en el mundo
moderno, por eso se dedicó a hacer progresar cristiana, moral y
profesionalmente a las nuevas generaciones con claras dosis de humanidad
y bondad. Animado por una confianza inquebrantable en la Divina
Providencia y por un profundo espíritu de sacrificio, afrontó
dificultades y fatigas para poner en práctica varias obras apostólicas,
entre las cuales: el Instituto de los artesanillos, la Editorial
Queriniana, la Congregación masculina de la Sagrada Familia de Nazaret y
la Congregación de las Humildes Siervas del Señor. El secreto de su
intensa y laboriosa vida estaba en las largas horas que dedicaba a la
oración. Cuando estaba abrumado por el trabajo, aumentaba el tiempo para
el encuentro, de corazón a corazón, con el Señor. Prefería permanecer
junto al Santísimo Sacramento, meditando la pasión, muerte y
resurrección de Cristo, para retomar fuerzas espirituales y volver a
lanzarse a la conquista del corazón de la gente, especialmente de los
jóvenes, para llevarlos otra vez a las fuentes de la vida con nuevas
iniciativas pastorales.
«Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo
esperamos de ti». Con estas palabras, la liturgia nos invita a hacer
nuestro este himno al Dios creador y providente, aceptando su plan en
nuestras vidas. Así lo hizo Santa María del Carmelo Sallés y
Barangueras, religiosa nacida en Vic, España, en 1848. Ella, viendo
colmada su esperanza, después de muchos avatares, al contemplar el
progreso de la Congregación de Religiosas Concepcionistas Misioneras de
la Enseñanza, que había fundado en 1892, pudo cantar junto a la Madre de
Dios: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación».
Su obra educativa, confiada a la Virgen Inmaculada, sigue dando
abundantes frutos entre la juventud a través de la entrega generosa de
sus hijas, que como ella se encomiendan al Dios que todo lo puede.
Paso hablar ahora de Mariana Cope, nacida en 1838 en Heppenheim,
Alemania. Con apenas un año de edad fue llevada a los Estados Unidos y
en 1862 entró en la Tercera Orden Regular de san Francisco, en Siracusa,
Nueva York. Más tarde, y como superiora general de su congregación,
Madre Mariana acogió gustosamente la llamada a cuidar a los leprosos de
Hawai, después de que muchos se hubieran negado a ello. Con seis de sus
hermanas de congregación, fue personalmente a dirigir el hospital en
Oahu, fundando más tarde el hospital de Malulani en Maui y abriendo una
casa para niñas de padres leprosos. Cinco años después aceptó la
invitación a abrir una casa para mujeres y niñas en la isla de Molokai,
encaminándose allí con valor y poniendo fin de hecho a su contacto con
el mundo exterior. Allí cuidó al Padre Damián, entonces ya famoso por su
heroico trabajo entre los leprosos, atendiéndolo mientras moría y
continuando su trabajo entre los leprosos. En un tiempo en el que poco
se podía hacer por aquellos que sufrían esta terrible enfermedad,
Mariana Cope mostró un amor, valor y entusiasmo inmenso. Ella es un
ejemplo luminoso y valioso de la mejor tradición de las hermanas
enfermeras católicas y del espíritu de su amado san Francisco.
Kateri Tekakwitha nació en el actual Estado de Nueva York, en
1656, de padre mohawk y madre algonquina cristiana, quien le trasmitió
la experiencia del Dios vivo. Fue bautizada a la edad de 20 años y, para
escapar de la persecución, se refugió en la misión de san Francisco
Javier, cerca de Montreal. Allí trabajó hasta que murió a los 24 años de
edad, fiel a las tradiciones de su pueblo, pero renunciando a las
convicciones religiosas del mismo. Llevando una vida sencilla, Kateri
permaneció fiel a su amor a Jesús, a su oración y a su Misa diaria. Su
deseo más alto era conocer y hacer lo que agradaba a Dios. Kateri impresiona por la acción de la gracia en su vida, carente
de apoyos externos, y por la firmeza de una vocación tan particular para
su cultura. En ella, fe y cultura se enriquecen recíprocamente. Que su
ejemplo nos ayude a vivir allá donde nos encontremos, sin renegar de lo
que somos, amando a Jesús. Santa Kateri, protectora de Canadá y primera
santa amerindia, te confiamos la renovación de la fe en los pueblos originarios y en toda América del Norte. Que Dios bendiga a los pueblos originarios.
La joven Anna Schäffer, de Mindelstetten, quería entrar en una
congregación misionera. Nacida en una familia humilde, trabajó como
criada buscando ganar la dote necesaria y poder entrar así en el
convento. En este trabajo, tuvo un grave accidente, sufriendo quemaduras
incurables en los pies que la postraron en un lecho para el resto de
sus días. Así, la habitación de la enferma se transformó en una celda
conventual, y el sufrimiento en servicio misionero. Al principio se
rebeló contra su destino, pero enseguida, comprendió que su situación
fue una llamada amorosa del Crucificado para que le siguiera.
Fortificada por la comunión cotidiana se convirtió en una intercesora
infatigable en la oración, y un espejo del amor de Dios para muchas
personas en búsqueda de consejo. Que su apostolado de oración y de
sufrimiento, de ofrenda y de expiación sea para los creyentes de su
tierra un ejemplo luminoso. Que su intercesión intensifique la pastoral
de los enfermos en cuidados paliativos, en su benéfico trabajo.
Queridos hermanos y hermanas, estos nuevos santos, diferentes por
origen, lengua, nación y condición social, están unidos con todo el
Pueblo de Dios en el misterio de la salvación de Cristo, el Redentor.
Junto a ellos, también nosotros reunidos aquí con los Padres sinodales,
procedentes de todas las partes del mundo, proclamamos con las palabras
del salmo que el Señor «es nuestro auxilio y nuestro escudo», y le
pedimos: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo
esperamos de ti» (Sal 32,20-22). Que el testimonio de los
nuevos santos, de su vida generosamente ofrecida por amor de Cristo,
hable hoy a toda la Iglesia, y su intercesión la fortalezca y la
sostenga en su misión de anunciar el Evangelio al mundo entero.
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