Tema: Agradecimiento por el viaje Apostólico al Líbano (14 - 16 de septiembre de 2012)
"Durante mi Visita, la gente de El Líbano y de
Oriente Medio – católicos, representantes de las otras Iglesias y
Comunidades eclesiales y de las diversas comunidades musulmanas –ha
vivido, con entusiasmo y en un clima distendido y constructivo, una
experiencia importante de respeto recíproco, de comprensión y de
fraternidad, que constituye un fuerte signo de esperanza para toda la
humanidad. Pero es sobre todo el encuentro con los fieles católicos de
El Líbano y de Oriente Medio, presentes por miles, el que ha suscitado
en mi ánimo un sentimiento de profunda gratitud por el ardor de su fe y
de su testimonio".
Quiero volver a recorrer brevemente, con el pensamiento y con el corazón, las extraordinarias jornadas del Viaje apostólico que realicé a El Líbano. Un Viaje que he fuertemente querido, no obstante las circunstancias difíciles, considerando que un padre debe estar siempre junto a sus hijos cuando encuentran graves problemas. Me ha movido el vivo deseo de anunciar la paz que el Señor resucitado ha dejado a sus discípulos, sintetizándolo en las palabras «Les doy mi paz - - سَلامي أُعطيكُم» (Jn 14,27). Mi Viaje tenía como objetivo principal la firma y la entrega de la Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Medio Oriente a los representantes de las Comunidades católicas de Oriente Medio, como también a las demás Iglesias y comunidades eclesiales y también a los Jefes musulmanes.
Ha sido un evento eclesial conmovedor y, al mismo tiempo, una generosa ocasión de diálogo vivida en un País complejo pero emblemático para toda la región, a causa de su tradición de convivencia y de laboriosa colaboración entre las diversas componentes religiosas y sociales. Frente a los sufrimientos y los dramas que permanecen en aquella zona de Oriente Medio, he manifestado mi profunda cercanía a las legítimas aspiraciones de aquellas queridas poblaciones, llevándoles un mensaje de aliento y de paz. Pienso en particular al terrible conflicto que atormenta a Siria, causando, además de miles de muertes, un flujo de prófugos que se vuelcan en la región a la búsqueda desesperada de seguridad y de futuro; y no olvido la situación difícil de Irak. Durante mi Visita, la gente de El Líbano y de Oriente Medio – católicos, representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales y de las diversas comunidades musulmanas –ha vivido, con entusiasmo y en un clima distendido y constructivo, una experiencia importante de respeto recíproco, de comprensión y de fraternidad, que constituye un fuerte signo de esperanza para toda la humanidad. Pero es sobre todo el encuentro con los fieles católicos de El Líbano y de Oriente Medio, presentes por miles, el que ha suscitado en mi ánimo un sentimiento de profunda gratitud por el ardor de su fe y de su testimonio.
Quiero volver a recorrer brevemente, con el pensamiento y con el corazón, las extraordinarias jornadas del Viaje apostólico que realicé a El Líbano. Un Viaje que he fuertemente querido, no obstante las circunstancias difíciles, considerando que un padre debe estar siempre junto a sus hijos cuando encuentran graves problemas. Me ha movido el vivo deseo de anunciar la paz que el Señor resucitado ha dejado a sus discípulos, sintetizándolo en las palabras «Les doy mi paz - - سَلامي أُعطيكُم» (Jn 14,27). Mi Viaje tenía como objetivo principal la firma y la entrega de la Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Medio Oriente a los representantes de las Comunidades católicas de Oriente Medio, como también a las demás Iglesias y comunidades eclesiales y también a los Jefes musulmanes.
Ha sido un evento eclesial conmovedor y, al mismo tiempo, una generosa ocasión de diálogo vivida en un País complejo pero emblemático para toda la región, a causa de su tradición de convivencia y de laboriosa colaboración entre las diversas componentes religiosas y sociales. Frente a los sufrimientos y los dramas que permanecen en aquella zona de Oriente Medio, he manifestado mi profunda cercanía a las legítimas aspiraciones de aquellas queridas poblaciones, llevándoles un mensaje de aliento y de paz. Pienso en particular al terrible conflicto que atormenta a Siria, causando, además de miles de muertes, un flujo de prófugos que se vuelcan en la región a la búsqueda desesperada de seguridad y de futuro; y no olvido la situación difícil de Irak. Durante mi Visita, la gente de El Líbano y de Oriente Medio – católicos, representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales y de las diversas comunidades musulmanas –ha vivido, con entusiasmo y en un clima distendido y constructivo, una experiencia importante de respeto recíproco, de comprensión y de fraternidad, que constituye un fuerte signo de esperanza para toda la humanidad. Pero es sobre todo el encuentro con los fieles católicos de El Líbano y de Oriente Medio, presentes por miles, el que ha suscitado en mi ánimo un sentimiento de profunda gratitud por el ardor de su fe y de su testimonio.
Doy gracias al Señor por este don precioso, que da
esperanza para el futuro de la Iglesia en aquellos territorios: jóvenes,
adultos y familias animadas por el tenaz deseo de arraigar su vida en
Cristo, permanecer anclados al Evangelio, caminar juntos en la Iglesia.
Renuevo mi agradecimiento también a cuantos han trabajado
incansablemente por esta Visita: los Patriarcas y los Obispos de El
Líbano con sus colaboradores, la Secretaría General del Sínodo de los
Obispos, las personas consagradas, los fieles laicos, los cuales son una
realidad preciosa y significativa en la sociedad libanesa. He podido
constatar directamente que las Comunidades católicas libanesas, mediante
su presencia milenaria y su compromiso pleno de esperanza, ofrecen una
significativa y apreciada contribución en la vida cotidiana de todos los
habitantes del País. Un pensamiento grato y deferente va a las
Autoridades libanesas, a las instituciones y asociaciones, a los
voluntarios y a cuantos han ofrecido el apoyo de la oración. No puedo
olvidar la cordial acogida que he recibido del Presidente de la
República, Señor Michel Sleiman, como también de las varias componentes
del País y de la gente: ha sido una acogida calurosa, según la célebre
hospitalidad libanesa. Los musulmanes me han acogido con gran respeto y
sincera consideración; su constante y partícipe presencia me ha dado
modo de lanzar un mensaje de diálogo y de colaboración entre
Cristianismo e Islam: me parece que ha llegado el momento de dar juntos
un testimonio sincero y decidido contra las divisiones, contra la
violencia y las guerras. Los católicos, venidos también de los Países
colindantes, han manifestado con fervor su profundo afecto al Sucesor de
Pedro.
Después de la bella ceremonia a mi llegada al aeropuerto de
Beirut, la primera cita era de particular solemnidad: la firma de la
Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, en la
Basílica Greco-Melquita de San Pablo en Harissa. En esta circunstancia
invité a los católicos de Oriente Medio a fijar la mirada sobre Cristo
crucificado para encontrar la fuerza, también en contextos difíciles y
dolorosos, de celebrar la victoria del amor sobre el odio, del perdón
sobre la venganza y de la unidad sobre la división. A todos he asegurado
que la Iglesia universal está más que nunca cercana, con el afecto y la
oración a la Iglesia en Oriente Medio: ellas, pese a ser un «pequeño
rebaño», no deben temer, en la certeza de que el Señor está siempre con
ellos. El Papa no los olvida.
En el segundo día de mi Viaje
apostólico encontré a los representantes de las Instituciones de la
República y del mundo de la cultura, el Cuerpo diplomático y los Jefes
religiosos. A ellos, entre otras cosas, he indicado un camino por
recorrer para favorecer un futuro de paz y de solidaridad: se trata de
actuar para que las diferencias culturales, sociales y religiosas
lleguen, en el diálogo sincero, a una nueva fraternidad, donde aquello
que une es el sentido compartido de la grandeza y dignidad de cada
persona, cuya vida va siempre defendida y tutelada. En la misma jornada
celebré un encuentro con los Jefes de las Comunidades religiosas
musulmanas, que se desarrolló en un espíritu de diálogo y de
benevolencia recíproca. Doy gracias a Dios por este encuentro. El mundo
de hoy necesita signos claros y fuertes de diálogo y de colaboración, y
de esto El Líbano ha sido y debe seguir siendo un ejemplo para los
Países árabes y para el resto del mundo.
Por la tarde, en la
residencia del Patriarca Maronita, fui acogido por el entusiasmo
incontenible de miles de jóvenes libaneses y de los Países vecinos, que
han dado vida a un festivo y orante momento, que permanecerá inolvidable
en el corazón de muchos. He subrayado la fortuna que tienen de vivir en
aquella parte del mundo que ha visto a Jesús, muerto y resucitado por
nuestra salvación y el desarrollo del Cristianismo, exhortándolos a la
fidelidad y al amor por su tierra, no obstante las dificultades causadas
por la falta de estabilidad y de seguridad. Además los he alentado a
permanecer firmes en la fe, confiados en Cristo, fuente de nuestro gozo,
y a profundizar la relación personal con Él en la oración, como también
a permanecer abiertos a los grandes ideales de la vida, de la familia,
de la amistad y de la solidaridad. Mirando jóvenes cristianos y
musulmanes hacer fiesta en gran armonía, los he impulsado a construir
juntos el futuro de El Líbano y de Oriente Medio y a oponerse juntos a
la violencia y a la guerra. La concordia y la reconciliación deben ser
más fuertes que los impulsos de muerte.
En la mañana del domingo,
hubo un momento muy intenso y participado de la Santa Misa en el City
Center Waterfront de Beirut, acompañada por sugestivos cantos, que han
caracterizado también las otras celebraciones. A la presencia de
numerosos Obispos y de una gran multitud de fieles, provenientes de
todas partes de Oriente Medio, he querido exhortar a todos a vivir la fe
y a testimoniarla sin temor, en la certeza de que la vocación del
cristiano y de su Iglesia es aquella de llevar el Evangelio a todos sin
distinción, según el ejemplo de Jesús. En un contexto marcado por
ásperos conflictos, he llamado la atención sobre la necesidad de servir
la paz y la justicia, haciéndose instrumentos de reconciliación y
constructores de comunión. Al final de la celebración eucarística, tuve
el gozo de entregar la Exhortación apostólica que recoge las
conclusiones de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos dedicada a
Oriente Medio. Mediante los Patriarcas y los Obispos orientales y
latinos, los sacerdotes, los consagrados y los laicos, este Documento
quiere llegar a todos los fieles de aquella querida región, para
sostenerlos en la fe y en la comunión y lanzarlos al camino de la tan
auspiciada nueva evangelización. En la tarde, ante la sede del
Patriarcado Siro-católico, tuve la alegría de un fraterno encuentro
ecuménico con los Patriarcas ortodoxos y ortodoxos orientales y los
representantes de aquellas Iglesias, como también de las Comunidades
eclesiales.
Queridos amigos, los días transcurridos en El Líbano han
sido una estupenda manifestación de fe y de intensa religiosidad y un
signo profético de paz, La multitud de creyentes, provenientes del
entero Oriente Medio, tuvo la oportunidad de reflexionar, de dialogar y
sobre todo de orar junta, renovando el compromiso de arraigar la propia
vida en Cristo. Tengo la certeza de que el pueblo libanés, en su
multiforme pero bien amalgamada composición religiosa y social, sabrá
dar testimonio con nuevo impulso de la verdadera paz, que nace de la
confianza en Dios. Auspicio que los varios mensajes de paz y de estima
que quise dar, puedan ayudar a los gobernantes de la Región a cumplir
los pasos decisivos hacia la paz y hacia una mejor comprensión de las
relaciones entre cristianos y musulmanes. De mi parte sigo acompañando
aquellas amadas poblaciones con la oración, para que permanezcan fieles a
los compromisos asumidos. A la materna intercesión de María, venerada
en tantos y antiguos santuarios libaneses, confío los frutos de esta
Visita pastoral, como también los propósitos de bien y las justas
aspiraciones del entero Oriente Medio.
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