"También en el interior de la
Iglesia misma, puede suceder, a veces, que cueste valorizar y apreciar,
en un espíritu de profunda comunión, las cosas buenas realizadas por las
distintas realidades eclesiales. En cambio, todos tenemos que ser
siempre capaces de apreciar y estimarnos mutuamente, alabando al Señor
por la infinita ‘fantasía’ con la cual obra en la Iglesia y en el mundo".
Queridos hermanos y hermanas
El Evangelio de este domingo
presenta uno de los episodios de la vida de Cristo que, aún
considerándolo –por así decir- pasajero- contiene un profundo
significado (Cfr. Mc 9,38-41). Se trata del hecho de que una persona,
que no era de los seguidores de Jesús, había expulsado demonios en su
nombre. El apóstol Juan, joven y diligente, quisiera impedírselo, pero
Jesús no se lo permite, es más, aprovecha de aquella situación para
enseñar a sus discípulos que Dios puede obrar cosas buenas y hasta
prodigiosas también más allá de su propio círculo y que se puede
colaborar a la causa del Reino Dios en distintos modos, aún ofreciendo
un simple vaso de agua a un misionero (v. 41). El apóstol San Agustín a
este propósito escribe: «Como en la Católica –es decir en la Iglesia- se
puede encontrar lo que no es católico, así también fuera de la Católica
puede haber algo de Católico» (Agustín, sobre el bautismo de los
herejes PL 43, VII, 39, 77). Por esto, los miembros de la Iglesia,
no tienen que probar celos, sino más bien alegrarse si alguien externo a
la comunidad obra el bien en el nombre de Cristo, a condición que lo
haga con intención recta y con respeto. También en el interior de la
Iglesia misma, puede suceder, a veces, que cueste valorizar y apreciar,
en un espíritu de profunda comunión, las cosas buenas realizadas por las
distintas realidades eclesiales. En cambio, todos tenemos que ser
siempre capaces de apreciar y estimarnos mutuamente, alabando al Señor
por la infinita ‘fantasía’ con la cual obra en la Iglesia y en el mundo.
En
la liturgia de hoy resuena también la denuncia del apóstol Santiago
contra los ricos deshonestos, que ponen sus seguridades en las riquezas
acumuladas a fuerza de violencia (Cfr. Sant 5,1-6). Al respecto, Cesáreo
de Arlés afirma en su discurso: «La riqueza no puede hacer el mal a un
hombre bueno, porque la dona con misericordia, así como no puede ayudar a
un hombre malo, mientras la conserve con avidez o la derroche
disipándola» (Sermones 35,4). Las palabras del apóstol Santiago,
mientras advierten de la vana codicia de los bienes materiales,
constituyen un fuerte llamamiento a usarlos en la perspectiva de la
solidaridad y del bien común, obrando siempre con equidad y moralidad en
todos los niveles.
Queridos amigos, por la intercesión de
María Santísima, oremos para que sepamos gozar por cada gesto e
iniciativa de bien, sin envidias ni celos y usar con sabiduría los
bienes terrenos en la continua búsqueda de los bienes eternos.
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