Benedicto XVI, tras el ángelus, cita a varios santos para expresar su cariño a la Virgen: "dirijamos ahora nuestra ferviente oración a Aquella que intercede ante
Dios, para que nos ayude a celebrar con fe la Navidad del Señor ya
cercano".
¿Queridos hermanos y hermanas!
Hoy la Iglesia celebra solemnemente la concepción inmaculada de María. Como declaró el beato Pio IX en la carta apostólica Ineffabilis Deus de 1854, Ella “fue preservada, por particular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo salvador del género humano, inmune de toda mancha de pecado original”. Tal verdad de fe está contenida en las palabras del saludo que le dirigió el arcángel Gabriel: “Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo” (Lc1,28). La expresión “llena de gracia” indica la obra maravillosa del amor de Dios, que ha querido devolvernos la vida y la libertad, perdidas con el pecado, mediante su Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado. Por esto, desde el siglo II, en Oriente y en Occidente, la Iglesia invoca y celebra a la Virgen que, con su "sí", ha acercado el Cielo a la tierra, convirtiéndose en “engendradora de Dios y nodriza de nuestra vida”, como se expresa san Romano el Himnógrafo, en un antiguo cántico (Canticum XXV in Nativitatem B. Mariae Virginis, en J. B. Pitra, Analecta Sacra t. I, París 1876, 198). En el siglo VII, san Sofronio de Jerusalén elogia la grandeza de María porque en Ella el Espíritu Santo ha hecho su morada: “Tu superas todos los dones de la magnificencia que Dios haya jamás derramado en ninguna persona humana. Más que todos eres rica de la posesión de Dios morador en tí” (Oratio II, 25 in SS. Deiparæ Annuntiationem: PG 87, 3, 3248 AB). Y san Beda el Venerable explica: “María es bendita entre las mujeres, porque con el decoro de la virginidad ha gozado de la gracia de ser engendradora de un hijo que es Dios” (Hom I, 3: CCL 122, 16).
También a nosotros se nos regala la “plenitud de la gracia” que debemos hacer resplandecer en nuestra vida, porque “el Padre del nuestro Señor Jesucristo –escribe San Pablo– nos ha bendecido con toda bendición espiritual… y nos ha elegido antes de la creación del mundo para ser natos e inmaculados… predestinándonos a ser por Él hijos adoptivos” (Ef 1,3-5). Esta filiación la recibimos por medio de la Iglesia,en el día del Bautismo. A tal propósito santa Hildegarda de Bingen escribe: “La Iglesia es, por consiguiente, la virgen madre de todos los cristianos. En la fuerza secreta del Espíritu Santo, los concibe y da a luz, ofreciéndolos a Dios de modo que sean también llamados hijos de Dios” (Scivias, visio III, 12: CCL Continuatio Mediævalis XLIII, 1978, 142). Entre los muchísimos cantores de la belleza espiritual de la Madre de Dios, destaca san Bernardo de Claraval, quien afirma que la invocación “Ave María, llena de gracia” “agrada a Dios, a los ángeles y a los hombres. A los hombres, gracias a la maternidad; a los ángeles, gracias a la virginidad; a Dios, gracias a la humildad” (Sermón XLVII, De Annuntiatione Dominica: SBO VI,1, Roma 1970, 266).
Queridos amigos, en espera de realizar esta tarde, como es costumbre, el homenaje a María Inmaculada, en Plaza de España, dirijamos ahora nuestra ferviente oración a Aquella que intercede ante Dios, para que nos ayude a celebrar con fe la Navidad del Señor ya cercano.
Hoy la Iglesia celebra solemnemente la concepción inmaculada de María. Como declaró el beato Pio IX en la carta apostólica Ineffabilis Deus de 1854, Ella “fue preservada, por particular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo salvador del género humano, inmune de toda mancha de pecado original”. Tal verdad de fe está contenida en las palabras del saludo que le dirigió el arcángel Gabriel: “Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo” (Lc1,28). La expresión “llena de gracia” indica la obra maravillosa del amor de Dios, que ha querido devolvernos la vida y la libertad, perdidas con el pecado, mediante su Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado. Por esto, desde el siglo II, en Oriente y en Occidente, la Iglesia invoca y celebra a la Virgen que, con su "sí", ha acercado el Cielo a la tierra, convirtiéndose en “engendradora de Dios y nodriza de nuestra vida”, como se expresa san Romano el Himnógrafo, en un antiguo cántico (Canticum XXV in Nativitatem B. Mariae Virginis, en J. B. Pitra, Analecta Sacra t. I, París 1876, 198). En el siglo VII, san Sofronio de Jerusalén elogia la grandeza de María porque en Ella el Espíritu Santo ha hecho su morada: “Tu superas todos los dones de la magnificencia que Dios haya jamás derramado en ninguna persona humana. Más que todos eres rica de la posesión de Dios morador en tí” (Oratio II, 25 in SS. Deiparæ Annuntiationem: PG 87, 3, 3248 AB). Y san Beda el Venerable explica: “María es bendita entre las mujeres, porque con el decoro de la virginidad ha gozado de la gracia de ser engendradora de un hijo que es Dios” (Hom I, 3: CCL 122, 16).
También a nosotros se nos regala la “plenitud de la gracia” que debemos hacer resplandecer en nuestra vida, porque “el Padre del nuestro Señor Jesucristo –escribe San Pablo– nos ha bendecido con toda bendición espiritual… y nos ha elegido antes de la creación del mundo para ser natos e inmaculados… predestinándonos a ser por Él hijos adoptivos” (Ef 1,3-5). Esta filiación la recibimos por medio de la Iglesia,en el día del Bautismo. A tal propósito santa Hildegarda de Bingen escribe: “La Iglesia es, por consiguiente, la virgen madre de todos los cristianos. En la fuerza secreta del Espíritu Santo, los concibe y da a luz, ofreciéndolos a Dios de modo que sean también llamados hijos de Dios” (Scivias, visio III, 12: CCL Continuatio Mediævalis XLIII, 1978, 142). Entre los muchísimos cantores de la belleza espiritual de la Madre de Dios, destaca san Bernardo de Claraval, quien afirma que la invocación “Ave María, llena de gracia” “agrada a Dios, a los ángeles y a los hombres. A los hombres, gracias a la maternidad; a los ángeles, gracias a la virginidad; a Dios, gracias a la humildad” (Sermón XLVII, De Annuntiatione Dominica: SBO VI,1, Roma 1970, 266).
Queridos amigos, en espera de realizar esta tarde, como es costumbre, el homenaje a María Inmaculada, en Plaza de España, dirijamos ahora nuestra ferviente oración a Aquella que intercede ante Dios, para que nos ayude a celebrar con fe la Navidad del Señor ya cercano.
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