Benedicto XVI se reunió con el Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización. "La Palabra de Dios sigue creciendo y extendiéndose" a pesar de las dificultades que pueda haber. "La palabra del anuncio debe estar inmersa en una relación intensa con
Él, en un intensa vida de oración. El mundo de hoy necesita personas que
hablen a Dios para poder hablar de Dios"
Señores Cardenales,
venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
¡Queridos amigos!
He acogido con alegría la invitación del presidente del Consejo
Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización para estar hoy
con vosotros, esta tarde al menos un breve momento y sobre todo mañana
en la celebración eucarística. Agradezco a monseñor Fisichella las
palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre, y me alegro de
ver que sois muy numerosos. Sé que estáis en representación de muchos
otros que, como vosotros, se comprometen en la difícil tarea de la nueva
evangelización. Saludo a todos los que están siguiendo el evento a
través de los medios de comunicación que permiten a muchos nuevos
evangelizadores estar conectados al mismo tiempo, aunque estén dispersos
por las distintas partes del mundo.
Habéis elegido como lema para vuestra reflexión de hoy la expresión:
“La Palabra de Dios crece y se multiplica”. Muchas veces el evangelista
Lucas usa esta fórmula en el libro de los Hechos de los Apóstoles; en distintas situaciones, él afirma, de hecho, que “la Palabra de Dios crecía y se multiplicaba” (cfr Hch
6,7; 12,24). Pero en el tema de esta jornada vosotros habéis modificado
el tiempo de los dos verbos para evidenciar un aspecto importante de la
fe: la certeza consciente de que la Palabra de Dios está siempre viva,
en todos los momentos de la historia, hasta nuestros días, porque la
Iglesia la actualiza a través de su fiel transmisión, la celebración de
los Sacramentos y el testimonio de los creyentes. Por esto nuestra
historia está en continuidad con la de la primera Comunidad Cristiana,
vive con el mismo espíritu.
¿Pero qué terreno encuentra la Palabra de Dios? Como entonces,
también hoy encuentra cierre y rechazo, modos de pensar y de vivir que
están lejos de la búsqueda de Dios y de la verdad. El hombre
contemporáneo está, a menudo, confuso y no consigue encontrar respuestas
a tantas preguntas que agitan su mente con respecto al sentido de la
vida y a las cuestiones que alberga en lo profundo de su corazón. El
hombre no puede eludir estas preguntas que afectan al significado de sí
mismo y de la realidad, ¡no puede vivir en una sola dimensión! Sin
embargo, no por casualidad, es alejado de la búsqueda de los esencial de
la vida, mientras que se le propone una felicidad efímera, que lo
contenta sólo un instante, pero que deja, enseguida, tristeza e
insatisfacción.
Sin embargo, a pesar de esta condición del hombre contemporáneo,
podemos todavía afirmar con certeza, como en los comienzos del
cristianismo, que la Palabra de Dios continúa creciendo y difundiéndose.
¿Por qué? Querría destacar, al menos, tres motivos. El primero es que
la fuerza de la Palabra no depende, en primer lugar, de nuestra acción,
de nuestros medios, de nuestro “hacer”, sino de Dios, que esconde su
poder bajo los signos de la debilidad, que se hace presente en la brisa
ligera de la mañana (cfr 1Re 19,12), que se revela en el leño
de la Cruz. ¡Debemos creer siempre en el humilde poder de la Palabra de
Dios y dejar que Dios actúe! El segundo motivo es que la semilla de la
Palabra, como narra la parábola evangélica del Sembrador, cae también
hoy en un terreno bueno que la acoge y produce fruto (cfr Mt 13,3-9).
Y los nuevos evangelizadores son parte de este campo que permite al
Evangelio crecer en abundancia y transformar la propia vida y la de los
demás. En el mundo, aunque el mal hace más ruido, continúa existiendo un
terreno bueno. El tercer motivo es que el anuncio del Evangelio ha
llegado efectivamente a los confines del mundo e, incluso en medio de la
indiferencia, incomprensión y persecución, muchos continúan, aún hoy,
con valentía, abriendo el corazón y la mente para acoger la invitación
de Cristo a encontrarlo y convertirse en sus discípulos. No hacen ruido,
pero son como el grano de mostaza que se convierte en árbol, la
levadura que fermenta la masa, el grano de trigo que se destruye para
crear la espiga. Todo esto, si por un lado da consuelo y esperanza
porque muestra un incesante fermento misionero que anima a la Iglesia,
por el otro debe colmar a todos de un renovado sentido de
responsabilidad con la Palabra de Dios y la difusión del Evangelio.
El Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización,
que instituí el pasado año, es un instrumento precioso para identificar
las grandes cuestiones que se mueven en los diversos sectores de la
sociedad y de la cultura contemporánea. Está llamado a ofrecer una ayuda
particular a la Iglesia en su misión y sobre todo en aquellos países de
antigua tradición cristiana que parecen ser indiferentes, si no
hostiles a la Palabra de Dios. El mundo de hoy necesita personas que
anuncien y testimonien que Cristo nos enseña el arte de vivir, el camino
de la verdadera felicidad, porque es Él mismo el camino de la vida;
personas que miran, antes que nada, fijamente a Jesús, el Hijo de Dios:
la palabra del anuncio debe estar inmersa en una relación intensa con
Él, en un intensa vida de oración. El mundo de hoy necesita personas que
hablen a Dios para poder hablar de Dios. Y debemos también recordar que
Jesús no ha redimido al mundo con palabras bellas o medios vistosos,
sino con el sufrimiento y la muerte. La ley del grano de trigo que muere
en la tierra sirve hoy también; no podemos dar vida a los demás, sin
dar nuestra vida: “Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la
salvará”, nos dice el Señor (Mc 8,35). Viéndoos a todos
vosotros y conociendo el gran compromiso que cada uno ponéis al servicio
de la misión, estoy convencido de que los nuevos evangelizadores se
multiplicarán cada vez más para dar vida a una verdadera transformación
que el mundo actual necesita. Sólo a través de los hombres y de las
mujeres impregnados de la presencia de Dios, la Palabra de Dios
continuará su camino en el mundo llevando sus frutos.
Queridos amigos, ser evangelizadores no es un privilegio, sino un
compromiso que viene de la fe. A la pregunta que el Señor dirige a los
cristianos: “¿A quién mandaré y quién irá por mí?” respondéis con el
mismo coraje y la misma confianza que el Profeta: “Heme aquí: envíame” (Is 6,8).
Os pido que os dejéis impregnar de la gracia de Dios y que
correspondáis dócilmente a la acción del Espíritu del Resucitado. Sed
signos de esperanza, capaces de mirar al futuro con la seguridad que
proviene del Señor Jesús, que ha vencido a la muerte y nos ha dado vida
eterna. Comunicad a todos la alegría de la fe con el entusiasmo que
proviene del estar movidos por el Espíritu Santo, porque Él hace nuevas
todas las cosas (cf. Ap 21.5), confiando en la promesa hecha
por Jesús a la Iglesia: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Al final de esta jornada pidamos también la protección de la Virgen
María, Estrella de la nueva evangelización, mientras que de corazón os
acompaño a cada uno de vosotros y vuestro compromiso con la Bendición
Apostólica. Gracias.
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