Benedicto XVI recuerda a Juan Pablo I en el Ángelus del 28 de septiembre de 2008.
Reflexionando sobre estos textos bíblicos, he pensado inmediatamente en el Papa
Juan Pablo
I, de cuya muerte se celebra hoy el trigésimo aniversario. Eligió
como lema episcopal el mismo de san Carlos Borromeo: Humilitas. Una sola
palabra que sintetiza lo esencial de la vida cristiana e indica la virtud
indispensable de quien, en la Iglesia, está llamado al servicio de la autoridad.
En una de las cuatro audiencias generales que tuvo durante su brevísimo
pontificado, dijo entre otras cosas, con el tono familiar que lo caracterizaba:
"Me limito a recordaros una virtud muy querida del Señor, que dijo: "Aprended
de mí que soy manso y humilde de corazón"... Aun si habéis hecho cosas grandes,
decid: siervos inútiles somos". Y agregó: "En cambio la tendencia de todos
nosotros es más bien lo contrario: ponerse en primera fila" (Audiencia
general, 6 de septiembre de 1978: L'Osservatore Romano, edición en
lengua española, 10 de septiembre de 1978, p. 11). La humildad puede
considerarse como su testamento espiritual.
Precisamente gracias a esta virtud, bastaron treinta y tres días para que el
Papa Luciani entrara en el corazón de la gente. En sus discursos ponía ejemplos
tomados de hechos de la vida concreta, de sus recuerdos de familia y de la
sabiduría popular. Su sencillez transmitía una enseñanza sólida y rica, que,
gracias al don de una memoria excepcional y una vasta cultura, adornaba con
numerosas citas de escritores eclesiásticos y profanos. Así, fue un catequista
incomparable, siguiendo las huellas de san Pío X, su paisano y predecesor,
primero en la cátedra de san Marcos y después en la de san Pedro. "Tenemos que
sentirnos pequeños ante Dios", dijo en esa misma audiencia. Y añadió: "No me
avergüenzo de sentirme como un niño ante su madre; a la madre se le cree;
yo creo al Señor y creo lo que él me ha revelado" (ib., p. 4). Estas
palabras muestran toda la grandeza de su fe. A la vez que damos gracias a Dios
por haberlo dado a la Iglesia y al mundo, atesoremos su ejemplo,
comprometiéndonos a cultivar su misma humildad, que lo capacitó para hablar con
todos, especialmente con los pequeños y con los así llamados lejanos. Con este
fin, invoquemos a María santísima, humilde Esclava del Señor.
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