JORNADA - JORNADA DE REFLEXIÓN, DIÁLOGO Y ORACIÓN POR LA PAZ Y LA JUSTICIA EN EL MUNDO "PEREGRINOS DE LA VERDAD, PEREGRINOS DE LA PAZ" (27 de octubre de 2011)
Jornada de Asís |
Benedicto XVI reflexiona sobre los grandes problemas que conlleva el terrorismo, la violencia, la droga... También hace una crítica sobre la religión que lleva a la violencia y pide perdón por como cristiano: "Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a
la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es
absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro
contraste con su verdadera naturaleza". Por otro lado, la ausencia de Dios "va a la par con la
pérdida de humanidad".
Después explicará el motivo de invitar a los agnósticos a esta jornada, "que ellos no logren
encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o
deformada de Dios".
JORNADA DE REFLEXIÓN, DIÁLOGO Y ORACIÓN
POR LA PAZ Y LA JUSTICIA EN EL MUNDO
"PEREGRINOS DE LA VERDAD, PEREGRINOS DE LA PAZ"
POR LA PAZ Y LA JUSTICIA EN EL MUNDO
"PEREGRINOS DE LA VERDAD, PEREGRINOS DE LA PAZ"
INTERVENCIÓN
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Asís, Basílica de Santa María de los
Ángeles
Jueves 27 de octubre de 2011
Jueves 27 de octubre de 2011
Queridos hermanos y hermanas,
Distinguidos Jefes y representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales
y de las Religiones del mundo,
queridos amigos
Han pasado veinticinco años desde que el beato Papa Juan Pablo II
invitó por vez primera a los representantes de las religiones del mundo a Asís
para una oración por la paz. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿A qué punto está
hoy la causa de la paz? En aquel entonces, la gran amenaza para la paz en el
mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí.
El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el
medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años
después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. De repente, los
enormes arsenales que había tras el muro dejaron de tener sentido alguno.
Perdieron su capacidad de aterrorizar. El deseo de los pueblos de ser libres era
más fuerte que los armamentos de la violencia. La cuestión sobre las causas de
este derrumbe es compleja y no puede encontrar una respuesta con fórmulas
simples. Pero, junto a los factores económicos y políticos, la causa más
profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder
material ya no había ninguna convicción espiritual. Al final, la voluntad de ser
libres fue más fuerte que el miedo ante la violencia, que ya no contaba con
ningún respaldo espiritual. Apreciamos esta victoria de la libertad, que fue
sobre todo también una victoria de la paz. Y es preciso añadir en este contexto
que, aunque no se tratara sólo, y quizás ni siquiera en primer lugar, de la
libertad de creer, también se trataba de ella. Por eso podemos relacionar
también todo esto en cierto modo con la oración por la paz.
Pero, ¿qué ha sucedido después? Desgraciadamente, no podemos decir
que
desde entonces la situación se haya caracterizado por la libertad y la
paz.
Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo está
desafortunadamente lleno de discordia. No se trata sólo de que haya
guerras
frecuentemente aquí o allá; es que la violencia en cuanto tal siempre
está
potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo. La
libertad es un gran bien. Pero el mundo de la libertad se ha mostrado en
buena
parte carente de orientación, y muchos tergiversan la libertad
entendiéndola como libertad también para la violencia. La discordia
asume formas nuevas y espantosas, y la lucha por la paz nos debe
estimular a todos nosotros de modo nuevo.
Tratemos de identificar más de cerca los nuevos rostros de la violencia
y la discordia. A grandes líneas –según mi parecer– se pueden identificar dos
tipologías diferentes de nuevas formas de violencia, diametralmente opuestas por
su motivación, y que manifiestan luego muchas variantes en sus particularidades.
Tenemos ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se
emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente en puntos
importantes al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes
que de este modo resultan cruelmente heridas o muertas. A los ojos de los
responsables, la gran causa de perjudicar al enemigo justifica toda forma de
crueldad. Se deja de lado todo lo que en el derecho internacional ha sido
comúnmente reconocido y sancionado como límite a la violencia. Sabemos que el
terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter
religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada,
que cree poder relegar las normas del derecho en razón del «bien» pretendido.
Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la
violencia.
A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido
reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la
hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho
la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar
profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión
como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de
defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las
religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir – y nosotros lo repetimos
con vigor y gran firmeza – que esta no es la verdadera naturaleza de la
religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción. Contra eso,
se objeta: Pero, ¿cómo sabéis cuál es la verdadera naturaleza de la religión?
Vuestra pretensión, ¿no se deriva quizás de que la fuerza de la religión se ha
apagado entre vosotros? Y otros dirán: ¿Acaso existe realmente una naturaleza
común de la religión, que se manifiesta en todas las religiones y que, por
tanto, es válida para todas? Debemos afrontar estas preguntas si queremos
contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos
religiosos. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una
tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera
decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a
la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es
absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro
contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos
creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre
sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para
nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con
el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co
13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe
cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de
su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea
realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.
Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy
religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su
naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de
violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la
consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la
pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en
ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y
pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha
producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo
porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí,
sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de
concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de
Dios.
Pero no quisiera detenerme aquí sobre el ateísmo impuesto por el
Estado; quisiera hablar más bien de la «decadencia» del hombre, como
consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más
peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y
del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino
únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo,
en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la
droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus
negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el
cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con
destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia
llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se
destruye a sí mismo.
La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo.
Pero, ¿dónde está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la
humanidad para fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las
reflexiones que hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un
uso de la religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras
que la orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de
paz. En este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de
la purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he
afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le
lleva a la violencia.
Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en
el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las
que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la
verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman
simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando
lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos
de la verdad, peregrinos de la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la
otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual
pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se
conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad
exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también
llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a
Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse
autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la
verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en
que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren
encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o
deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una
llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero
Dios – se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a representantes de
este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo reúne representantes
de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar juntos en camino hacia
la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo
en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del
derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en
la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos
animados por el deseo común de ser «peregrinos de la verdad, peregrinos de la
paz».
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