De una interpretación equivocada de san Pablo se desarrolló repetidamente, a lo largo de la historia y también hoy, la opinión de que las buenas obras no forman parte del ser cristianos, de que en cualquier caso son insignificantes para la salvación del hombre. Pero aunque san Pablo dice que las obras no pueden justificar al hombre, con esto no se opone a la importancia del obrar correcto y, a pesar de que habla del fin de la Ley, no declara superados e irrelevantes los diez mandamientos. No es necesario ahora reflexionar sobre toda la amplitud de la cuestión que interesaba al Apóstol. Es importante observar que con el término "Ley" no entiende los diez mandamientos, sino el complejo estilo de vida mediante el cual Israel se debía proteger contra las tentaciones del paganismo. Sin embargo, ahora Cristo ha llevado a Dios a los paganos. A ellos no se les impone esa forma de distinción. Para ellos la Ley es únicamente Cristo. Pero esto significa el amor a Dios y al prójimo y a todo lo que forma parte de ese amor. Forman parte de este amor los mandamientos leídos de un modo nuevo y más profundo a partir de Cristo, los mandamientos que no son sino reglas fundamentales del verdadero amor: ante todo y como principio fundamental la adoración de Dios, la primacía de Dios, que expresan los primeros tres mandamientos. Nos dicen: sin Dios no se logra nada como debe ser. A partir de la persona de Jesucristo sabemos quién es ese Dios y cómo es. Siguen luego la santidad de la familia (cuarto mandamiento), la santidad de la vida (quinto mandamiento), el ordenamiento del matrimonio (sexto mandamiento), el ordenamiento social (séptimo mandamiento) y, por último, la inviolabilidad de la verdad (octavo mandamiento). Todo esto hoy reviste máxima actualidad y precisamente también en el sentido de san Pablo, si leemos todas sus cartas.
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