Homilía en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (25 de enero de 2013)

Homilía - Conversión de San Pablo (Basílica S. Pablo Extramuros, 25 de enero de 2013)

Tema: Ecumenismo

El escándalo de la división que afectaba la actividad misionera fue el impulso que dio comienzo al movimiento ecuménico que conocemos hoy en día. La comunión plena y visible entre los cristianos ha de entenderse, de hecho, como una característica fundamental para un testimonio aún más claro. Mientras estamos en camino hacia la unidad plena, es necesario perseguir una colaboración concreta entre los discípulos de Cristo, en favor de la transmisión de la fe al mundo contemporáneo. Hoy en día existe una gran necesidad de reconciliación, de diálogo y de comprensión mutua, en una perspectiva no moralista, sino en nombre de la autenticidad cristiana para una presencia más incisiva en la realidad de nuestro tiempo.


¡Queridos hermanos y hermanas!

Es siempre una alegría y una gracia especial el que nos volvamos a encontrar reunidos, en torno a la tumba del Apóstol Pablo, para concluir la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Saludo con afecto a los señores Cardenales presentes, en primer lugar al Cardenal Harvey, Arcipreste de esta Basílica, y con él al Abad y a la Comunidad de monjes que nos acogen. Saludo al Cardenal Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y a todos los colaboradores del Dicasterio.

Dirijo mi saludo cordial y fraterno a Su Eminencia el Metropolita Gennadios, representante del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, al Reverendo Canónigo Richardson, representante personal en Roma del Arzobispo de Canterbury, y a todos los representantes de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales, reunidos aquí esta tarde. Además, me complace especialmente saludar a los miembros de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, a quienes deseo un trabajo fructífero para la sesión plenaria que se celebra estos días en Roma, así como a los alumnos del Instituto Ecuménico de Bossey, que visitan Roma para profundizar en su conocimiento de la Iglesia católica, y los jóvenes ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian aquí. Saludo en fin a todos los presentes que han acudido para orar por la unidad de todos los discípulos de Cristo.

Esta celebración se inserta en el Año de la Fe, que comenzó el pasado 11 de octubre, quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. La comunión en la misma fe es la base para el ecumenismo. En efecto, la unidad es donada por Dios como inseparable de la fe; lo expresa eficazmente San Pablo: «Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que vosotros habéis sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos». (Efesios 4, 4-6). La profesión de la fe bautismal en Dios, Padre y Creador, que se ha revelado en su Hijo Jesucristo, derramando el Espíritu que vivifica y santifica, ya une a los cristianos. Sin la fe - que es ante todo un don de Dios, pero también respuesta del hombre – todo el movimiento ecuménico quedaría reducido a una forma de "contrato", al que se adhieren por un interés común. El Concilio Vaticano II recuerda que los cristianos «cuanto más se unan en estrecha comunión con el Padre, con el Verbo y con el Espíritu, tanto más íntima y fácilmente podrán acrecentar la mutua hermandad». (Decreto Unitatis Redintegratio, 7). Las cuestiones doctrinales que aún nos dividen no deben ser descuidadas o minimizadas. Más bien, deben ser afrontadas con valentía, en un espíritu de fraternidad y de respeto mutuo. El diálogo, cuando refleja la prioridad de la fe, permite abrirse a la acción de Dios con la firme confianza en que nosotros solos no podemos construir la unidad, sino que es el Espíritu Santo el que nos guía hacia la comunión plena, y hace percibir la riqueza espiritual presente en las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales.

En la sociedad actual, parece que el mensaje cristiano incide cada vez menos en la vida personal y comunitaria; y ello representa un desafío para todas las Iglesias y Comunidades eclesiales. La unidad es en sí misma un supuesto privilegiado - casi un requisito previo - para anunciar de forma más creíble la fe a los que todavía no conocen al Salvador, o que, aun habiendo recibido el anuncio del Evangelio, casi se han olvidado de este don precioso.

El escándalo de la división que afectaba la actividad misionera fue el impulso que dio comienzo al movimiento ecuménico que conocemos hoy en día. La comunión plena y visible entre los cristianos ha de entenderse, de hecho, como una característica fundamental para un testimonio aún más claro. Mientras estamos en camino hacia la unidad plena, es necesario perseguir una colaboración concreta entre los discípulos de Cristo, en favor de la transmisión de la fe al mundo contemporáneo. Hoy en día existe una gran necesidad de reconciliación, de diálogo y de comprensión mutua, en una perspectiva no moralista, sino en nombre de la autenticidad cristiana para una presencia más incisiva en la realidad de nuestro tiempo.
Asimismo, la verdadera fe en Dios es inseparable de la santidad personal, así como de la búsqueda de la justicia. En la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que concluye hoy, el tema ofrecido a nuestra meditación era: "Lo que el Señor exige de nosotros", inspirado en las palabras del profeta Miqueas (cf. 6,6-8). Ha sido propuesto por el Movimiento Estudiantil Cristiano de la India, en colaboración con la Federación Universitaria Católica de la India y el Consejo Nacional de Iglesias de la India, que han preparado también los subsidios para la reflexión y la oración. A todos los que han colaborado les quiero expresar mi profunda gratitud y con gran afecto, aseguro mi oración a todos los cristianos de la India, que a veces están llamados a dar testimonio de su fe en condiciones difíciles.

"Camina humildemente con Dios" significa, en primer lugar, caminar en la radicalidad de la fe, como Abraham, confiando en Dios, aun más encomendándole a Él todas nuestras esperanzas y aspiraciones, pero también significa caminar más allá de las barreras, más allá del odio, el racismo y la discriminación social y religiosa, que dividen y perjudican a toda la sociedad en su conjunto. Como afirma San Pablo, los cristianos deben ser los primeros en brindar un luminoso ejemplo en la búsqueda de la reconciliación y de la comunión en Cristo, que supere todo tipo de división. En la Carta a los Gálatas, el Apóstol de los gentiles, afirma: «Todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos vosotros, que fuisteis bautizados en Cristo, habéis sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos vosotros no sois más que uno en Cristo Jesús.» (Ga 3,27-28).

Nuestra búsqueda de la unidad en la verdad y en el amor, en fin, nunca debe perder de vista la percepción de que la unidad de los cristianos es obra y don del Espíritu Santo, y va mucho más allá de nuestros propios esfuerzos. Por lo tanto, el ecumenismo espiritual, especialmente la oración es el corazón del movimiento ecuménico (cf. Decr. UR, 8). Sin embargo, el ecumenismo no dará frutos duraderos si no se acompaña de gestos concretos de conversión, que muevan las conciencias y favorezcan la sanación de los recuerdos y de las relaciones. Como afirma el Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II, "no hay verdadero ecumenismo sin conversión interior" (n. 7). Una conversión auténtica, como la que sugiere el profeta Miqueas y de la que el apóstol Pablo es un ejemplo significativo, nos acercará a Dios, al centro de nuestras vidas, de forma que nos acerquemos cada vez más también los unos a los otros. Éste es un elemento fundamental de nuestro compromiso ecuménico. La renovación de la vida interior de nuestro corazón y de nuestra mente, que se refleja en la vida cotidiana, es crucial en cualquier proceso de diálogo y de reconciliación, haciendo que el ecumenismo sea un compromiso mutuo de comprensión, respeto y amor, «para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

Queridos hermanos y hermanas, invoquemos con confianza a la Virgen María, modelo incomparable de evangelización, para que la Iglesia «sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1), anuncie con franqueza, también en nuestro tiempo, a Cristo Salvador. Amén.

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